En aquel tiempo, Jesús fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse.
Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró en seguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Sigue Jesús su vida predicadora fuera de los límites de Jerusalén, alejado de las imposiciones legales del templo y sus servidores; aunque tal vez que se podría decir “de los que se sirven del templo para dominar.
Y en este ambiente hay una mujer sirio-fenicia; una mujer alejada del Dios de Jesús y del oficial del templo. Esta mujer tiene un problema con una hija poseída y, aunque el Dios de Jesús puede que no le diga nada, sí se siente empujada a pedir el auxilio de este gran hombre que, de forma sencilla, sin despliegue espectacular de medios, se dedica a hacer el bien a quien se acerca a él.
El recibimiento apenas puede ser un poco menos que despectivo: “no está bien dar el pan a los perros mientras no hayan terminado de comer los hijos”. Ciertamente parece una opinión aceptable y lógica: primero los hijos, luego el resto.
La respuesta de la mujer es también de antología. Podía haberse sentido insultada, ofendida por las palabras de Jesús y haberse marchado, pero que, comiéndose su orgullo y su dignidad humana, se atreve a mendigar la ayuda, aceptando su papel de “perrito” indigno de sentarse a la mesa en igualdad con los seguidores del Maestro, confesando su indigencia legal, pero reclamando su derecho a las migajas que caen de la mesa de los hijos.
Es una enorme manifestación de humildad, que tiene, como no podría ser de otra forma, el premio que Jesús le otorga. Deberíamos aprender que Dios y su Hijo no buscan legalidades humanas, sino humildad, sencillez de corazón y fe en su poder.
En alguna ocasión alguien de esta nuestra Iglesia me ha censurado por llamar a los protestantes hermanos, pues según me decía: “hermanos solo somos los seguidores de Jesús, los que caminamos de la mano del Hermano Mayor, mientras que los protestantes eran perros o cerdos a los que no se podía dar margaritas, pues las pisotearían, ni la mano, pues la morderían”.
Desgraciadamente es una forma de pensar que vive pujante entre los cristianos católicos: “Fuera de la Iglesia (Católica), no hay salvación”, y es predicada desde bastantes púlpitos en nuestras iglesias. Aun a riesgo de que algún lector me excomulgue y entregue al anatema, tengo que seguir lo que el Maestro dice claramente en muchas ocasiones y que en el evangelio de hoy está claro: No podemos seguir la ley de una forma cerril y cerrada, sino con el espíritu abierto y lleno del amor de Dios que Cristo nos enseña.
Abramos los ojos, veamos, y entendamos, que son dichosos los que respetan el derecho (de todos) y practican siempre la justicia. El amor de Dios está siempre con nosotros.