Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.
Y hasta los perros venían y le lamían las llagas.
Sucedió que murió el mendigo, y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán.
Y, además, entre nosotros y vosotros se abre un abismo inmenso, para que los que quieran cruzar desde aquí hacia vosotros no puedan hacerlo, ni tampoco pasar de ahí hasta nosotros”.
Es palabra del Señor
REFLEXION
En este fragmento del evangelio de Lucas, se nos presenta una paradoja. En aquella cultura la riqueza se consideraba como una bendición de Dios pero, frente a Lázaro, el mendigo, cuyo nombre significa “Dios ha ayudado”, el rico carece de nombre. Al rico no se le acusa de nada, pues no figura que haya cometido ninguna acción punitiva, pero lo que sí es evidente es que ignora la presencia del indigente, Lázaro, que apenas sobrevive a la puerta de su casa, y que el único consuelo que recibe son las lamidas de los perros en sus llagas, mientras espera conseguir las migajas sobrantes del banquete del rico, que nadie le da. Al morir Lázaro es llevado al “seno de Abrahán” a esperar su premio por los males que había sufrido, y sin embargo, el rico al morir, es llevado al hades, como destinado al castigo. El no hacer daño no es suficiente. Como humanos debemos preocuparnos por los demás, por los que tenemos alrededor, que quizá estén pasando una extrema necesidad y nosotros miramos hacia otro lado. Existe una terrible deshumanización hacia los que más lo necesitan, son ajenos a nosotros, los tenemos lejos, aunque vivan a la puerta de nuestra casa; y aunque hayamos conseguido mucho en esta vida, esta será incompleta, pues nos hemos encerrado en nuestra isla, rodeados de comodidades, consumiendo lo que nos apetece, incluso con excesos, y siendo, muchas veces, la causa de que al otro le falte lo necesario. El desconocer la situación no es excusa para evitar que mi vida se convierta en infrahumana. No pensemos que Dios tomará represalias con los que gozan de mejor suerte en la vida, pero sí tengamos la inquietud de mirar hacia afuera, ver lo que tenemos en nuestro entorno, y descubrir las necesidades de los otros, que nos cuestionan, y no nos miremos solamente nuestro ombligo. ¿Somos capaces de poner a Dios en el centro de nuestras vidas? ¿Tenemos los ojos abiertos ante las necesidades de los demás? ¿Hacemos oídos sordos a los gritos de la tierra y de los hombres que nos cuestionan? |