En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria y serán reunidas ante él todas las naciones.
Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda.
Y estos irán al castigo eterno y los justos a la vida eterna».
En el Evangelio de Mateo, resuena de una manera especial esa llamada que Jesús, como juez de la historia, realiza para darnos unas pautas que son vitales para nuestro vivir: Venid, benditos de mi Padre… por llenaros de humanidad, por paliar el hambre, la sed, la soledad, la enfermedad haciendo presente el cuidado de Dios. Venid, por haberme curado, alimentado, calmado en mi sed, acompañado en mi soledad, ofrecido una palabra de aliento y de liberación en mi cautiverio…
Jesús pone en el centro de estas acciones de bondad al pobre y al indigente. No son criterios que parten del valor negativo de las acciones, sino que parten del valor bondadoso de las mismas. La bondad no es sólo una buena acción. La bondad parte de un corazón amante y comprometido con la realidad humana, con la cruda precariedad en la que nos vemos envueltos.
Mirar con los ojos de Dios la realidad de la vida, y ser capaces de encontrar en nosotros impulsos capaces de mostrar la bondad y la misericordia de Dios, ya es un gran paso para un testimonio veraz de su presencia; porque todas estas acciones comprometidas con la bondad nos hablan directamente al corazón: Conmigo lo hicisteis. Estas acciones pueden llenar mi vida, y la vida de los otros de una nueva esperanza.