Según el evangelio, es uno de los doce apóstoles de Jesús y, según la tradición, el autor del evangelio según San Mateo. En ese evangelio es llamado el "publicano" y descrito como quien cobraba los impuestos antes de la llamada de Jesús
Apóstol y evangelista
Entre los seguidores de Jesús de Nazaret hay personas de muy diverso carácter. De los relatos evangélicos, como de las páginas del Antiguo Testamento, se deduce que Dios no tiene un único modo de llamar a los que ha elegido. Se podría decir que es su gracia, y no las cualidades humanas, las que configuran el ideal de su llamada y también del llamado. Entre los seguidores de Jesús, varios eran pescadores. Seguramente algunos otros se habían dedicado también a las tareas agrícolas. Y habría entre ellos miembros de otras profesiones artesanas que nos pasan inadvertidas a través de los relatos. Pero lo que resulta más sorprendente es que entre los llamados por Jesús nos encontremos con un publicano o cobrador de impuestos.
Este título puede responder a muchas profesiones un tanto diferentes. Había cobradores de impuestos que alquilaban la recaudación para enviar los dineros de las provincias a las arcas imperiales. Había otros recaudadores que cobraban derechos de portazgo entre un reino y otro, entre una tetrarquía u otra.
Cafarnaún debía de contar con varias oficinas en las que se cobraban diversos tipos de impuestos. A una de estas oficinas se acercó un día Jesús para llamar personalmente a Mateo. No sabemos de dónde era. El evangelio que lleva su nombre nos refiere la escena de su vocación (Mt 9, 9-13). Se le denomina Mateo, abreviación de Mattenaí y de Mattanya, que significa «regalo o don de Dios». En los lugares paralelos, los relatos de Marcos (Mc 2, 13-17) y Lucas (Lc 5, 27-32) nos hablan de la vocación de un tal Leví, hijo de Alfeo que, sin duda, es la misma persona corno ha admitido la tradición de la Iglesia con muy contadas excepciones.
En el relato bíblico sobre la vocación de Mateo nos llaman la atención especialmente tres momentos: la llamada, el banquete y la revelación de Jesús que parece culminar los dos momentos anteriores.
Nos impresiona mirar el cuadro pintado por Caravaggio que se conserva en la iglesia de San Luis de los Franceses, en Roma. El enorme lienzo nos sitúa en una estancia cerrada, bastante oscura. Hay solamente un haz de luz que penetra por la parte superior derecha iluminando levemente el lugar. Precisamente por esa parte se dibuja también la imagen de Jesús. Ha sido representado como un personaje noble, dotado de una mirada firme y determinada que, siguiendo una línea imaginaria, va a cruzarse directamente con la mirada de Mateo.
En la pintura, Mateo está rodeado por algunos jóvenes. Unos han vuelto ya la mirada hacia jesús, mostrándose un tanto asombrados por su entrada en aquel espacio. Los otros jóvenes siguen todavía prestando atención a las monedas que tintinean sobre la mesa del cobrador de los impuestos. Sin embargo, en esta «instantánea», captada por Caravaggio, Mateo ha levantado ya su cabeza. Ha percibido la mirada de Jesús, y la hace suya, aunque un gesto de su mano parece sugerir un momento de duda y tal vez de excusa. Es como si se mostrara incrédulo. Parece que le resulta difícil aceptar que la llamada de Jesús vaya dirigida precisamente a él.
El relato evangélico es parco en palabras. Nos refiere solamente que Jesús se acercó al lugar donde estaba Mateo y le dirigió una escueta invitación: «Sígueme» (Mt 9, 9). Es ésa una palabra profundamente significativa. El maestro va buscando seguidores. El verbo «seguir» encierra, como se sabe, un resumen de todas las actitudes que se requieren del discípulo del Maestro.
El texto de la homilía de San Beda el Venerable, que hoy se lee en el oficio de lecturas, vincula la vocación de Mateo a la mirada de amor que jesús le dirigió:
Jesús vio a un hombre llamado Mateo, sentado al mostrador de los impuestos y le dijo: "Sígueme". Lo vio más con la mirada interna de su amor que con los ojos corporales. Jesús vio al publicano y, porque lo amó, lo eligió, y le dijo: Sígueme, Sígueme, que quiere decir: "Imítame". Le dijo: Sígueme, más que con sus pasos, con su modo de obrar. Porque, quien dice que permanece en Cristo debe vivir como vivió él.»
« Sígueme». Más que una invitación parece una orden terminante y decidida. En ninguna parte se nos dice si Jesús conocía previamente al cobrador de tributos. Pero sí se nos dice que él aceptó inmediatamente la invitación del Maestro: «Él se levantó y lo siguió». Lo escueto del texto que narra esa decisión con la que Mateo decide seguir a Jesús puede sugerir dos posibilidades. O bien que Mateo había ya oído hablar de la grandeza del profeta de Galilea y de la majestad de su mensaje, o bien que la presencia del mismo jesús resultó para él un motivo suficiente para dejarlo todo y seguirle.
Sea como sea, tenemos ante los ojos uno de esos momentos en los que la llamada de la trascendencia se cruza con las mil preocupaciones inmediatas de la inmanencia. Lo divino irrumpe en el panorama de lo humano. El hombre-Dios viene a cambiar los planes que los humanos se habían forjado. Ante la voz que llama, los antiguos proyectos pierden prestancia y valía. La llamada al seguimiento relativiza todas las decisiones anteriores.
Como ocurrido anteriormente con Pedro y Andrés, con Santiago y Juan, también de Mateo se subraya que abandona todas las cosas para seguir al Maestro que le invita. La rapidez en la respuesta a la llamada, la generosidad en el seguimiento y la libertad con la que el valor encontrado relativiza los valores antes poseídos parecen convertirse en puntos funda-mentales en la dinámica del discipulado.
Claro que nadie lo deja todo por nada. Ni siquiera se deja algo por algo. En realidad, los discípulos primeros de Jesús, no siguen una filosofía sino a una persona. No se enamoran de una idea, siguen a un profeta.
José-Román Flecha Andrés