El sábado es ‘memoria de la creación’: «Pues en seis días hizo el Señor el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, el séptimo descansó; por eso bendijo el Señor el día del sábado y lo hizo sagrado» Ex 20,11.
El sábado es ‘memorial de la liberación de Israel’ de la esclavitud de Egipto: «por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado» Dt 5,15.
En ese contexto del mandato divino, los fariseos creían que el cumplimiento formal de la ley les obtenía la salvación; y una de las expresiones supremas de la religiosidad israelita era el descanso sabático para celebrar y renovar la conquista de la libertad. Por el rigorismo religioso, el día de liberación se convirtió en día de esclavitud ante tantas normas que regulaban la vivencia sabática.
Coger espigas se contaba entre las faenas de la recolección, y éstas se incluían entre los veintinueve trabajos principales, que infringían el reposo sabático.
Jesús no está en sintonía con el rigorismo que en nombre de la ley esclaviza, deshumaniza, no tiene en cuenta las necesidades de las personas y, recuerda a los fariseos lo que hizo David: dio a la tropa, los panes de la ofrenda, que solo podían comer los sacerdotes.
No es aceptable ir contra el ser humano en nombre de la ley.
Leyes humanas y religiosas justas, pero leyes que abran puertas hacia la libertad, a la convivencia, al crecimiento; como ventanas a horizontes humanizadores que sirvan al bien de todos en la comunidad.
Superior a la ley del sábado es sólo Dios; si Jesús afirma su superioridad sobre el sábado y sobre la ley, reclama para sí el mismo nivel de autoridad de Dios, que no quiere leyes para esclavos, sino leyes de libertad para hijos libres.