Es palabra de Dios
REFLEXION
El pasaje del Evangelio de la liturgia del día de hoy nos presenta a Jesús dando una enseñanza al discipulado. El Maestro de Nazaret quiere dejar un poso de sabiduría en sus seguidores. Para ello, comienza con un lenguaje sencillo, apoyado en el mundo rural, la imagen del árbol la traslada a la esencia de la persona. Al discipulado de Jesús lo reconocerán por «sus frutos».
Hay una profundidad en esta imagen del “árbol”. Hay una inmensa variedad de árboles frutales. Hay una infinita variedad de árboles que producen flores. Hay otros destinados a producir buena madera y otros se limitan a dar una reconfortante sombra y limpiar el aire de la contaminación. A cada uno de ellos, le corresponde una función y el que está sano, fuerte, vigoroso, da frutos en su sazón. Sin embargo, el que está “enfermo”, raquítico, no puede dar frutos, tiene bastante con subsistir.
Sigue el Maestro de Nazaret en la cátedra. Ahora después de mostrar la imagen de un aparente “árbol” toca llevarla al plano personal. Así somos los discípulos. El que es capaz de escuchar la Palabra de Dios, rumiarla, degustarla como si fuese un tesoro y la lleva al corazón, la contempla, la hace vida. Hace de esa Palabra la «sabia» que nutre todo su ser, por tanto, el mensaje de Jesús ha entrado en lo más íntimo de su corazón y brota hacia afuera con frutos que hablan del mandato del amor con sabor al Reino. Esos frutos realmente son sanos no perecen.
La clase sigue adelante y Jesús lanza una pregunta: ¿Por qué no hacéis lo que os digo? Parece ser, que cuesta trabajo encarnar la enseñanza de Jesús y la asignatura del «amaos unos a otros» la llevamos siempre cogida con alfileres. Ahora una parábola: «la casa edificada sobre roca», para reforzar y refrescar los conocimientos adquiridos junto a Jesús. Con una serie de verbos nos lleva a interiorizar lo anterior: Viene a mí, escucha mi palabra y la pone en práctica, ese será un discípulo “sano” que dará lo mejor de sí. Por el contrario, el que se autoexcluye de este proyecto, su ruina es grande.
Vendrá la crecida del río de la vida con sus contrariedades, obstáculos, noches oscuras, horizontes sin luz, pero el que hace de Jesucristo el cimiento de su vida no se hundirá. Jesús y su Palabra son cimientos firmes, que puestos en nuestra vida hacen que nuestro corazón se humanice, sea de carne, y una vez interiorizados nos envía a vivir en el reto del amor.