Proyección lo llama el psicoanálisis clásico freudiano al mecanismo de defensa utilizado por la persona en la que impulsos, sentimientos y deseos propios se atribuyen a otro objeto (sea persona, fenómeno, cosa externa).
La cuestión viene de lejos. Ya el autor sagrado recrea en el relato de la caída (Gén 3) un escenario cuyo denominador común se concentra en que el ser humano, a toda costa, busca eximirse de su actuación errada, buscando para ello -a tiempo y destiempo- un chivo expiatorio donde depositar el contubernio montado, quedando así inmaculado (según su planteamiento) y por ello con derechos para arbitrar los despropósitos ajenos, intentando a toda costa enmendar la plana al que ha sentado en el banquillo de los acusados.
El Maestro es categórico al respecto, formulando una cuestión que le sirve para sajar la ceguera y actuar como colirio para la misma: «- ¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?» (Lc 6,39)
Hoyo que simboliza parálisis en el crecimiento integral del ser humano por abundancia de oscuridad, que no es otra cosa que ausencia de luz. Bien lo recita el refranero popular con aquello de: «Consejos vendo y para mí no tengo».
La parábola que el texto lucano pone en boca de Jesús, se convierte en piedra de clave que sostiene la estructura de la naturaleza esencial que somos, haciendo frente a las trampas en que se mueve el falso yo, invitándonos a transitar de manera permanente el camino del conocimiento de uno mismo, pudiendo decir con San Pablo: «Corro, no al azar; lucho, no contra el aire; sino que entreno mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de proclamar para otros, quede yo descalificado» (1ª Cor 9, 26-27).
El apóstol de los gentiles es sabedor del peligro de los maquillajes, lifting y demás postizos que son garante de una «corona que se marchita» (v. 25); de facto, de disfrute limitado con la consiguiente insatisfacción.
La corona incorruptible, de la que se hace vocero S. Pablo, invitando a acoger -a tiempo y a destiempo-, al que es la Buena Noticia, con rostro y nombre concreto: Jesús, llamado el Cristo.
Aquel del que se canta según la oda de Gat, de los hijos de Coré, en el Salmo 83: «Dichoso el que encuentra en ti su fuerza y tiene tus caminos en su corazón» (v.6)
La sociedad de cada tiempo y la nuestra en grado superlativo vende el sentido de la vida en estuche de programas emocionales de felicidad, diseñados a medida del ego y por ello, infectados de autorreferencialidad, -como insiste hasta la saciedad el papa Francisco-, siendo por ello botín de cajón desastre.
La Buena Noticia no se cifra en estar exentos de problemas, combates, contrariedades, contratiempos, sino que «cuando atravesamos áridos valles, los convertimos en oasis» (v.7), porque quien se definió como «elCamino» (Jn 14,6) se convierte en camino del caminante… y entonces se encarnan aquellas letras del poema de D. Antonio Machado: «Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar»… la de los perfectísimos, inmaculados… doctorcillos de la vida que se dedican a sacar pajas en ojo ajeno, teniendo vigas en los propios.
Ea!, que a cada uno se nos tome la tensión ocular… la del corazón, por si tenemos que pedir cita para revisión oftalmológica.