Es palabra de Dios
REFLEXION
“Nadie recorta una pieza de un manto nuevo para ponérsela a un manto viejo; porque se estropea el nuevo, y la pieza no le pega al viejo. Nadie echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino nuevo revienta los odres, se derrama, y los odres se estropean. A vino nuevo, odres nuevos”. Así contesta Jesús a quienes acusan a sus discípulos de comer y beber mientras los de Juan Bautista ayunaban.
Como en otras ocasiones en las que ha comparado el Reino de Dios con un banquete nupcial en fiesta donde la tristeza no cabe, dirá también que ahora es tiempo de gozo y alegría para sus discípulos y que por eso no tienen que ayunar, tendrán que hacerlo más adelante: “en aquellos días”. Los amigos del novio participan de la alegría que supone la inauguración del nuevo período salvífico: la presencia del Esposo, Jesús el Señor.
San Pablo VI experimentó lo mismo, por eso le entusiasmaba hablar de Jesús, y transmitía así en una de sus homilías:
“Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros.
Él es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.
Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.
Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico.
¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y de por los siglos de los siglos.”
Manto viejo, vino nuevo: lo viejo ha pasado; el tiempo de salvación ha llegado. La parábola tomada de la vida pero con sus rasgos extraños, despierta también nuestra atención. No se vierte vino nuevo, en fermentación, en odres usados.
No seamos como aquella gente religiosa que se oponía al gozo de los discípulos. No nos aferremos, como ellos, en las antiguas formas de religiosidad, sino que el Espíritu de Jesús nos encuentre abiertos a los caminos nuevos, y adaptados a las nuevas exigencias. Somos ahora los discípulos gozosos, vivos y alegres de Jesús.