Los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía.
Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba reclinado a la mesa en el seno de Jesús. Simón Pedro le hizo señas para que averiguase por quién lo decía.
Ninguno de los comensales entendió a qué se refería. Como Judas guardaba la bolsa, algunos suponían que Jesús le encargaba comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.
Judas, después de tomar el pan, salió inmediatamente. Era de noche.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Los días de la Semana santa que transcurren entre el entusiasmo del Domingo de Ramos y la tragedia del Viernes Santo, son días para meditar el porqué y el para qué de estos acontecimientos que afectan a Jesús, pero también a la Iglesia, al mundo y a cada uno de nosotros en particular.
La figura del Siervo de Yahvé nos introduce en los sentimientos íntimos de Jesús en aquellos momentos y nos muestran un camino para todos.
El misterioso Siervo de Yahvé del libro de Isaías se interroga sobre el sentido de su vida en medio de los acontecimientos que la componen. Se encuentra en un momento de desconsuelo, desánimo, sensación de fracaso: “En vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas”.
Pero la fe le abre a otra voz que le señala otra interpretación de su existencia y otro horizonte: él no es fruto de la casualidad y del azar, sino alguien amado y elegido desde toda la eternidad: “estaba yo en el vientre y el Señor me llamó; en las entrañas maternas y pronunció mi nombre”. Dios le dio identidad y le mostró su amor: “Tú eres mi siervo, de quien estoy orgulloso”.
Desde esta experiencia el Siervo de Yahvé reinterpreta su vida: “Mientras yo pensaba: en vano me he cansado…en realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios”.
Desde esta convicción, se abre a una nueva perspectiva de futuro: no ya el fracaso, sino la ampliación de su misión: “Es poco que seas mi siervo y restablezcas las tribus de Jacob. Te hago luz de ls naciones para que mi salvación llegue al confín de la tierra”.
¿Dolor y gozo juntos?
Dos sentimientos, al parecer contrapuestos, embargan a Jesús en este relato de la última cena según san Juan: “Jesús, profundamente conmovido, dijo: “Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar”. Dolor, sentimiento de traición, desilusión, fracaso, frustración, abandono….
Pero Jesús dice después: “Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él (Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará”).
La clave de comprensión son las palabras “gloria” y “glorificar”. Como nos indicó el cardenal Martini, “gloria” significa ordinariamente honor, homenaje, poder, éxito y, sin embargo, aquí indica un camino de infamia, maltrato y tortura por parte de los hombres: la gloria se manifiesta en el Crucificado.
¿Por qué y para qué? “Juan nos lo hace comprender: “Porque Dios amó tanto al mundo que le dio a su hijo” (Jn 3, 6). Y, por lo tanto, Dios muestra su gloria amando al mundo y, amándolo así: dando a su Hijo mediante la cruz. Dios se revela en su gloriosa plenitud por medio de esta donación total que Jesús hace libremente de sí mismo por nosotros” (C.M. MARTINI, El Evangelio de san Juan, 117-118). Y esto es lo que pedimos en el padrenuestro cuando decimos: ” santificado (glorificado) sea tu nombre”.
En esta hora de traición y abandono, Jesús muestra su opción amorosa y salvífica en el diálogo que tiene con cada uno de sus interlocutores: confianza y confidencia con el discípulo amado (aunque no denuncia a Judas, ya que cuando se va, los demás piensan que es para algo bueno: cuidar los detalles de la cena o atender a los pobres). Con Judas, dándole un trozo de pan untado de su mismo plato (símbolo de cortesía, predilección, honor en aquella cultura), o sea, renovándole su amistad. Y cuando Judas la rechaza, Jesús le da otra muestra de amor, respetando su libertad: “lo que creas que has de hacer, hazlo pronto.”
Lo mismo con Pedro: le confronta con su vanidad y bravuconería, le señala lo frágil de su fidelidad, pero le abre a su confianza y a su futuro: “donde yo voy no me puedes acompañar ahora, me acompañarás más tarde”.
Profundicemos contemplativamente en los sentimientos de Jesús, sus opciones y sus acciones. Veamos que son milagros eficaces de su amor salvador.
Démosle gracias y pidamos imitarle.