Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Estamos en la Octava de Pascua y la escritura nos anima al encuentro con el Resucitado. Dos discípulos, uno de nombre Cleofás y otro innombrado, caminaban hacia Emaús, comentando lo que había pasado en Jerusalén.
Al intentar localizar Emaús en el mapa, me he dado cuenta de que hay varias hipótesis y de lo cerca que estaba de Jerusalén en cualquiera de esos supuestos, también cerca de mí misma porque este camino lo transitamos todos. Me preguntaba si se situaba en la misma dirección del camino hacia Galilea y si estos discípulos caminarían hacia el lugar del encuentro con el Resucitado, dando verosimilitud a las palabras de aquella mujer que levantó las alertas. No estoy muy segura, porque aquellos hombres caminaban escépticos y melancólicos. Aun así, emprendieron el viaje informados de que el cuerpo de Jesús ya no estaba en el sepulcro.
Como Cleofás iba con otro discípulo, ahí me he colocado yo y me he contemplado a mí misma en ese camino post mortem del que desea, con todo su corazón, recuperar lo perdido.
Y creo que aquello que cuentan los evangelios son acontecimientos corrientes de la vida del hombre, de todos y cada uno de los hombres y mujeres que están atentos a ese que camina a nuestro lado, a nuestro paso. A ese que está sentado en nuestra mesa, al que vive en nuestro rellano o se encuentra al otro lado del mostrador. A la mujer mayor con la que coincidimos en el portal, al pariente, lejano o cercano, que reaparece por sorpresa o al inmigrante que nos pide algo para comer en la puerta del supermercado o de la iglesia.
Termino con estas preciosas palabras del Papa Benedicto XVI, descansando en la escena evangélica que hoy meditamos, como una más, sentada a la mesa y compartiendo el pan con el Resucitado.
“En nuestros caminos, Jesús resucitado se hace compañero de viaje para reavivar en nuestro corazón el calor de la fe y de la esperanzana y partir el pan de la vida eterna” (Benedicto XVI, Ángelus, 6-IV-2008)
¿Prestamos atención a los que están a nuestro lado? ¿Miramos sus rostros? ¿Nos dejamos desconcertar por sus palabras? ¿Damos credibilidad a sus mensajes?