Impacta este fragmento del evangelio de Juan por muchos detalles que se nos narran. Hoy resuena con fuerza el eco de la perplejidad de los discípulos. Incluso parece increíble... ¿Perplejos?
En la comunidad de los doce como en los inicios de la Iglesia, así como hoy, hablamos de muchas cosas: alegrías, desafíos, problemas, actitudes de unos y de otros, las pequeñas discusiones y luchas a respecto de lo que el Maestro quiere decir o de lo que le agrada, de quien es mejor discípulo/a... Pero a la hora de la verdad hay perplejidad...
Y esta perplejidad puede suscitar también en cada uno de nosotros cuestionamientos que, en realidad, están fuertemente vinculados a la propia manera de vivir el discipulado. ¿Qué causa más perplejidad? ¿Que alguien le vaya a “entregar” para que lo maten o que Jesús tenga una conciencia tan clara de lo que está ocurriendo? ¿En el hecho de que comparta lo que está viviendo en la intimidad de la comunidad de los doce? ¿En la actitud serena que no presenta ni rechazo ni cólera? ¿En la ausencia de estrategias de defensas o de organización de su “grupito” protector para impedir que esto ocurra? ¿En la plena libertad que continúa ofreciendo a Judas: "lo que tengas que hacer, hazlo enseguida”? ¿En el conocimiento profundo del amor de Pedro, de su deseo de entregar su vida por Él, y de su gran fragilidad: aquella que le impide hacer lo que su corazón más desea?
Ante el Misterio de Salvación que celebramos durante estos días, la Sagrada Escritura es Luz para comprender y asumir la vida de fe, incluso en aquellas circunstancias que son dolorosas. Sí, ante el Misterio de la Salvación se rompen esquemas y surge perplejidad. Ya se dice que el discípulo/a no es mayor que el Maestro. La senda está ante nosotros, ante nosotras.