Fue un hombre de Iglesia y a la vez de Estado dedicado al estudio y a la composición de numerosos escritos y reconocido como el restaurador de la vida eclesiástica de España. Se entregó a un intenso trabajo pastoral dirigido al clero diocesano, y gracias a la difusión de sus escritos, al de toda España.
Obispo de SevillaSevilla, 560 - Sevilla, 23-abril-636
El varón más docto de su tiempo. Hermano menor de San Leandro de Sevilla, a quien sucedería en la sede (600), Isidoro nació el año 560 en el seno de una familia romana de Cartagena (actualmente, en la Región de Murcia, España), ciudad entonces controlada por los bizantinos de Justiniano, que hubo de emigrar a Sevilla. Allí vio la luz y, con toda probabilidad, recibió la formación de su mismo hermano Leandro, a quien, junto con su hermana mayor Florentina, fue confiado por los padres, fallecidos cuando él era todavía un niño. Alcanzó en poco tiempo incomparable erudición y dominio completo de las tres lenguas entonces sagradas, a saber: el hebreo, el griego y el latín, así como de cuanta literatura, ya clásica, ya patrística, se había salvado hasta entonces. Isidoro es el último de cuatro hijos que llegaron a ser, andando el tiempo, o monjes o clérigos: su hermana Florentina fue monja de clausura, y sus hermanos Leandro y Fulgencio, obispos, respectivamente, de Sevilla y de Écija, en la Bética, la más romanizada de las provincias de España.
Una antigua y discutida tradición lo hace monje. Tal vez completase su formación en un monasterio, aunque sin llegar a ser monje, o quién sabe si a la sombra de su hermano Leandro en la escuela episcopal sevillana. Hay quien sostiene que, a los 30 años Isidoro habría asumido la dirección de aquel monasterio sevillano. Lo que de cierto sabemos es que, ya obispo, se entregó a un intenso trabajo pastoral dirigido al clero diocesano y, más tarde, gracias sin duda a la difusión que sus escritos alcanzaron, al de toda España. Hombre de Iglesia y a la vez de Estado, Isidoro de Sevilla disfrutó de un gobierno pastoral pacífico, y la estrecha relación con los reyes visigodos le permitió colaborar activamente con Sisebuto, Sisenando y Suintila en la estabilidad del reino.
Presidió el II Concilio de Sevilla (619) y fue asimismo presidente y animador del IV de Toledo (diciembre del año 633), básico en la renovación de la Iglesia hispana: sus actas son una suerte de carta ideal de la Iglesia visigoda y de sus relaciones con la monarquía. Dedicado al estudio y a la composición de numerosos escritos, amigo íntimo de San Braulio de Zaragoza, que siempre estuvo pronto a profesarle extraordinaria veneración, gozó de excelente salud mental hasta el fin de sus días. No así de la física, pues acabó casi paralítico. Isidoro de Sevilla, el más grande escritor de su tiempo, murió el 23 de abril del año 636, fecha tope de la patrística latina. Era entonces reconocido como el varón más docto del siglo, el restaurador de la vida eclesiástica de España, el organizador de más prestigio en todo el Occidente de su tiempo.
El VIII Concilio de Toledo (653) le rindió subidas alabanzas reconociendo públicamente su talla moral y cultural: egregio doctor de nuestro siglo, novísimo y doctfsimo adorno de la Iglesia católica son, entre otras, algunas de esas perlas conciliares. El cristianismo lo venera como a Padre y Doctor de la Iglesia. Sus restos fueron trasladados el año 1063 a León, en cuya iglesia homónima recibe hoy culto. La Iglesia universal incluyó expresamente su nombre en la lista oficial de los padres doctores latinos el año 1722. Aún se conserva la inscripción rítmica del sepulcro común de Leandro, Florentina e Isidoro.
FUENTE : ADIBESA