Hoy celebramos la fiesta de dos de los discípulos de Jesús: Felipe y Santiago. Y el texto del Evangelio de Juan, hoy, relata precisamente un desconcertante diálogo de Jesús con los discípulos, en el que Felipe interviene: “Seños, muéstranos al Padre y nos basta”. Felipe intuye que hay algo más profundo que no acaban de comprender en este inicio del Discurso de Despedida de Jesús.
La respuesta de Jesús parece sonar a reproche: “Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe?”. Pero en realidad está cargada de cariño y un deseo entrañable de que comprendan lo que les quiere expresar, para que no se sientan solos o abandonados por Él. Si creéis en mí, haréis obras grandes y se os dará lo que pidáis en mi nombre, les dice. El reto está ahí, y las claves para lograrlo apuntan a Jesús mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
He vuelto hace poco a mi comunidad, porque estuve cerca de un mes en un edificio cerrado que reabrimos para acoger familias refugiadas de la guerra de Ucrania. Recuerdo la noche que llegó el primer autobús, tras casi cuatro días de viaje desde la frontera de Polonia. Una voluntaria me preguntaba nerviosa: “¿Y cómo nos vamos a entender, si no hablan nuestro idioma?”. “Seguro que nos apañamos”, le dije, también yo con mis temores. No hicieron falta muchas palabras, una sopa caliente, la casa calentita y una buena cama, son un lenguaje universal. Pero los días siguientes hubo dos palabras, que todos aprendimos respectivamente, y resonaban continuamente: hola y gracias, indistintamente en español o en ucraniano, acompañadas casi siempre de una sonrisa, esa que hace que lo más humano de cada uno se encuentre con el otro.
El camino que nos señala Jesús es el de la fraternidad, el Padre al que hemos de ir, es el que nos llama hijos. Tampoco hay que darle muchas vueltas, sólo arriesgarse a vivir como hijos de Dios y como hermanos, con todo lo que trae consigo ¡claro!