Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.
Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.
Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».
La pregunta de Pedro sobre la extensión del perdón y la subsiguiente parábola del deudor inmisericorde, nos enfrenta con una situación existencial: somos ciertamente deudores ante Dios y quizá tengamos algún deudor entre los hombres.
Pedro había oído hablar de la necesidad de perdonar. En un alarde de generosidad quiere ir mucho más allá de la Ley del Talión -ojo por ojo- y más allá también de la casuística de los rabinos que establecía un número de perdones, distintos para la mujer, los hijos, el hermano o el prójimo en general. ¿Setenta veces siete?
Jesús enseña que el perdón no es cosa de números no es matemática pura sino norma de generosidad y significa “siempre”. No se puede encerrar en números lo que debe ser impulso de un corazón lleno de amor. Jesús que manda amar como Él nos ha amado, impone la misma norma para el perdón: así hará mi Padre celestial si no perdonáis de corazón.
Perdonar de corazón significa: amar como Dios ama cuando perdona.