Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Es palabra del Señor
REFLEXION
Curiosamente hay otros tres interrogantes en el Evangelio que hoy se proclama. Y que de igual modo no dejan de interpelarnos “¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?” “Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?” Éstos están pronunciados por los discípulos.
Con respecto al primero, tal vez nosotros, haciendo mal uso de nuestra libertad, podríamos proponer un interrogante como éste a nuestro mundo, ese mundo de tinieblas que en ocasiones nos tienta para que de un modo u otro le entreguemos al Señor. Meditemos en ello y pidamos fuerza para mantenernos fieles en el momento de la prueba.
El segundo interrogante se lo podemos hacer nosotros a Jesús, y también como los discípulos escuchar: “en tu casa quiero celebrar la Pascua con mis discípulos”. Sí, en tu casa, en tu corazón, en tu interior.
Ya lo dijo san Andrés de Creta:
“Dichoso el que por la fe puede recibir al Señor, preparando su corazón a modo de cenáculo y disponiendo con devoción la cena...”
Pero sin intimismos, porque Jesús desea celebrar esta Pascua con sus discípulos, con todo hombre.
Así pues, preparemos nuestro corazón para celebrar con dignidad estos días santos que se avecinan.
Y por último abordamos ese tercer interrogante: “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?” Y reconozcamos con toda la humildad de que seamos capaces y conscientes de que todos podemos, en nuestra fragilidad, ser el traidor.
Con este interrogante podríamos responder a cada uno de los que nos planteaba Isaías.
“¿Quién pleiteará contra mí?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”
“¿Quién es mi rival?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”
“¿Quién probará que soy culpable?” “¿Soy yo acaso Maestro-Señor?”
Sigamos a Jesús muy cerca en este Triduo santo para que participemos de la alegría de saberlo Resucitado.