En aquel tiempo, entre los que habían venido a celebrar la fiesta había algunos griegos; estos, acercándose a Felipe, el de Betsaida de Galilea, le rogaban:
«Señor, queremos ver a Jesús».Felipe fue a decírselo a Andrés; y Andrés y Felipe fueron a decírselo a Jesús.
Jesús les contestó:
«Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo honrará.Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? Pero si por esto he venido, para esta hora: Padre, glorifica tu nombre».
Entonces vino una voz del cielo:
«Lo he glorificado y volveré a glorificarlo».La gente que estaba allí y lo oyó, decía que había sido un trueno; otros decían que le había hablado un ángel.
Jesús tomó la palabra y dijo:
«Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora va a ser juzgado el mundo; ahora el príncipe de este mundo va a ser echado fuera. Y cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».Esto lo decía dando a entender la muerte de que iba a morir.
Es palabra del Señor
REFLEXION
El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.
Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.
Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga también esta misma disposición.
Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva.