En aquel tiempo, los judíos agarraron piedras para apedrear a Jesús.
Él les replicó:
«Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?».Los judíos le contestaron:
«No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios».Jesús les replicó:
«¿No está escrito en vuestra ley: “Yo os digo: sois dioses”? Si la Escritura llama dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios, y no puede fallar la Escritura, a quien el Padre consagró y envió al mundo, ¿decís vosotros: “¡Blasfemas!” Porque he dicho: “Soy Hijo de Dios”? Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis, pero si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que comprendáis y sepáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre».Intentaron de nuevo detenerlo, pero se les escabulló de las manos. Se marchó de nuevo al otro lado del Jordán, al lugar donde antes había bautizado Juan, y se quedó allí.
Muchos acudieron a él y decían:
«Juan no hizo ningún signo; pero todo lo que Juan dijo de este era verdad».Y muchos creyeron en él allí.
También el círculo se va cerrando en torno a Jesús. Los desencuentros, las interpretaciones erróneas… se multiplican. Se va dando una “escalada” que sólo puede conducir a un desenlace fatal. Y dentro de unos días seremos testigos de ello en la celebración del Triduo Pascual. Las palabras, las acciones, la vida de Jesús habían venido chocando desde el principio de su vida pública con los planteamientos de los jefes religiosos de Israel. Nada de lo que hacía estaba bien en su opinión (no así para el pueblo que le seguía y experimentaba salvación), porque era necesario respetar una serie de principios intocables de los que ellos eran los garantes y responsables. Eso significa, sencillamente, que en todo aquello que se refiere a Dios la última palabra la tienen ellos, que son los que saben. En el texto que hoy escuchamos, se diría que ni siquiera se interesan ya por las acciones a las que Jesús les remite. Da lo mismo lo que haga. Merece ser apedreado porque siendo hombre se declara Dios. ¡Aquí están los defensores de Dios! ¡Y cuántos a lo largo de la historia! ¡y entre nosotros…! ¡Qué difícil para el ser humano asumir que Dios no es como nosotros lo suponemos, pensamos, imaginamos…! ¡Qué necesidad de principios inamovibles que nos den seguridad! Nuestras pretensiones insensatas tienen como resultado que nos “vamos quedando sin Dios” y encerrando en una burbuja sin contenido ni sentido. Sin embargo los que se abrieron a la acción de Jesús, aquellos que el evangelio de hoy nos dice que le siguieron a la otra orilla del Jordán y creyeron en Él, experimentaron la salvación y pudieron intuir lo que estaba vedado a todos aquellos que no podían ir más allá de sus convicciones: no es que Jesús siendo hombre pretendiera declararse Dios, es que siendo Dios había querido hacerse hombre, ser uno de nosotros, traernos la salvación de Dios. |