Entonces cogieron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo.
Abramos los ojos y el entendimiento para poder aceptar las palabras de Jesús. Ciertamente dice cosas difíciles para ser aceptadas por el común del pueblo judío, y más aún por los conocedores “técnicos” y profesionales de la Ley. Aún nosotros, que sabemos su resurrección, a veces tenemos dudas.
Tengo un amigo con el que hay siempre pelea, dialéctica claro, cada vez que se plantea el tema de la resurrección y me temo que el problema está en una mala interpretación de lo que es “resucitar”. Esperamos una resurrección “de vecino”, esto es: un día volveremos a ver a nuestro vecino difunto asomado a la ventana y saludándonos con toda cordialidad. ¡Hola, he resucitado! Viene esto, tal vez, dado por esa definición que dice que resucitaremos con el mismo cuerpo y la misma alma que tuvimos cuando éramos vivos y andábamos por el mundo. No nos convencemos, y la predicación no ayuda mucho, de que una vez que hemos muerto, dejamos de estar sujetos al tiempo, y entramos en esa eternidad de Dios que no tiene principio y no tendrá fin; que no seremos los mismos, que no tendremos el mismo cuerpo, que se quedará a este lado de la puerta. Dios vive en un eterno “ahora” y cuando nosotros entremos en la eternidad, una vez que traspasemos la puerta final e inicial, estaremos ya en el tiempo sin tiempo de Dios. Entonces veremos a Dios cara a cara y sabremos cual es nuestra verdadera forma, porque aún no se ha manifestado como seremos.
Cuando Jesús resucita y se deja ver por María Magdalena, ésta, a pesar de estar profundamente enamorada de él, no lo reconoce y lo confunde con el hortelano porque la entidad resucitada, puede que no tenga ningún parecido con nuestra identidad viva. Cierto seguiremos siendo nosotros, pero no sabemos cómo será nuestra forma.