Jesús les dijo esta parábola:
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Bien conocemos esta bella parábola. Podemos centrarnos en los tres personajes de ella. Al hijo menor le faltaba algo estando en la casa de su padre, por eso, le pide ir a otros lugares. Pronto gastó todo el dinero que el padre le había dado de su herencia, “viviendo perdidamente, sin encontrar la felicidad que iba buscando. Después de conseguir un trabajo que no le daba ni para comer… volvió a la casa familiar para pedir perdón al padre y también que le volviese a acoger.
El padre sintió mucho que su hijo marchase de su casa… y se llevó una gran alegría cuando le vio volver, y “echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo” y le ofreció el perdón que pedía… y no solo eso sino que hizo gran fiesta por el regreso de su hijo. No era para menos “porque este hijo mío estaba muerto, y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado”. Inmensa alegría la del padre.
No fue así la reacción del hermano mayor. No entendía la fiesta que el padre daba por el regreso del su hermano y así se lo manifestó a su padre, que trató de explicarle la alegría de recuperar al hermano menor y le recordó que él podía seguir disfrutando de todo lo que tenía el padre: “Todo lo mío es tuyo”.
Por encima de cualquier otra consideración alegrémonos profundamente de tener a un Dios Padre así.