Es palabra del Señor
REFLEXION
Herodes respetaba al Bautista y le tenía en gran consideración porque era muy consciente de que Dios hablaba y actuaba en él y por él. Y esto, a pesar de que continuamente el Bautista le reprochaba sus malas acciones, su adulterio... Pero, a la hora de la verdad, su propia dinámica de poder corrupto, su egoísmo, el “quedar bien” y una lascivia desenfrenada y absurda le hicieron caer en el sinsentido más absoluto. Y se olvidó del Dios en quien decía creer. Y se olvidó de su Justicia, de su Verdad y mandó matar al Bautista. Herodes es un prototipo perfectamente actual y, probablemente, alguna vez nosotros nos hemos comportado como él... o al menos nos lo hemos planteado. Es muy fácil “dejarse llevar” por mis apetencias personales aun a costa de ser muy conscientes de lo que Dios quiere de mí y que es, sin duda, lo que más me hacer crecer en fe y santidad. Juan el Bautista, al contrario, era, en toda la extensión de la palabra, un Profeta Santo de Dios. Toda su vida fue una entrega generosa sin importarle las consecuencias. Es seguro que tendría momentos de temor o incertidumbre, pero Dios estaba con Él, hablaba por Él y, animado por la Gracia, no desfalleció nunca. El testimonio de Juan el Bautista tendría que hacernos reflexionar sobre lo que significa creer en Dios y dar testimonio de la Verdad en un mundo demasiado aferrado a la mentira y la hipocresía. Jesús, que se hizo hombre por nosotros y para nosotros, está en lo más profundo de nuestro ser y nos llama a ser santos y profetas ante nuestros hermanos los hombres. “Vemos esta gran figura (Juan el Bautista), esta fuerza en la pasión, en la resistencia contra los poderosos. Preguntamos: ¿de dónde nace esta vida, esta interioridad tan fuerte, tan recta, tan coherente, entregada de modo tan total por Dios y para preparar el camino a Jesús? La respuesta es sencilla: de la relación con Dios, de la oración, que es el hilo conductor de toda su existencia. Juan es el don divino durante largo tiempo invocado por sus padres, Zacarías e Isabel (cf. Lc 1, 13); un don grande, humanamente inesperado, porque ambos eran de edad avanzada e Isabel era estéril (cf. Lc 1, 7); pero nada es imposible para Dios (cf. Lc 1, 36). [...] Toda la vida del Precursor de Jesús está alimentada por la relación con Dios, en especial el período transcurrido en regiones desiertas (cf. Lc 1, 80); las regiones desiertas que son lugar de tentación, pero también lugar donde el hombre siente su propia pobreza porque se ve privado de apoyos y seguridades materiales, y comprende que el único punto de referencia firme es Dios mismo”. Benedicto XVI. Audiencia de 29 agosto de 2012 en Castelgandolfo |