Un verdadero seguimiento al Maestro nos realiza, performa, cosa que no hace la sola información del mismo. Se trata de coordinar lo que se emite con los labios y los quereres del corazón. De no ser así, la disonancia de vida está servida con lo que ello implica: vida desordenada afirmará sin paliativos el evangelizador de los gentiles a los Tesalonicenses de cualquier lugar y tiempo. Ponerse el traje de cristiano los Domingos o días festivos es sinónimo de echar margaritas a los cerdos, quedarse en un mero cumpli-miento, que no deja de ser una carga, un no vivir y experimentar al Señor Jesús como lo que es: Razón y sentido de vida. Por eso, como afirma el salmista: «Dichoso el que teme al Señor», el que comprende en su cada hoy que se le regala que seguir al Maestro de Nazaret es camino de libertad, de fiesta… De ahí ese temor “sano” a ser viandante de sus propuestas. Para llevar a cabo esta invitación, es necesario poner sobre el tapete la verdad de uno mismo, Es telón de fondo, para tirar a la papelera todo lo que supone actitud farisaica, como son los maquillajes (sepulcros blanqueados), la doblez de corazón (repletos de envidia y crueldad). En definitiva, dejemos de lado todo lo que supone ojos de merluza a medio cocer, boquitas de piñón y voces aterciopeladas, es decir, lobos vestidos de abuelitas que hay que dejar depositado en su lugar correspondiente: el famoso cuento de Caperucita de Charles Perrault. |