Así como el canto de Ezequiel nos habla de amor, alianza, infidelidad y perdón, en esta historia de Dios y el pueblo de Israel, Jesús, ya en camino hacia Jerusalén, habla también a los discípulos, los fariseos y a quienes le escuchaban, para dejarles claro cual es su mensaje y cómo entender las relaciones, la vida, el dinero... Las disputas en el sanedrín, de dos facciones rivales, sobre el divorcio y las causas que lo justifican, enmarcan la pregunta de los fariseos a Jesús: “¿Es lícito a un hombre repudiar a su mujer por cualquier motivo?”. La respuesta de Jesús va a la raíz que debería haber en el planteamiento: “dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán los dos una sola carne”. La injusticia del planteamiento de los fariseos queda en evidencia, pero no lo quieren entender porque han aprendido a retorcer la ley para adaptarla a sus intereses y conveniencias. “Si es así, no trae cuenta casarse”. En aquella cultura fuertemente patriarcal, la ley ampara los derechos del varón y deja totalmente vulnerables a las mujeres. Repudiar a una mujer era condenarla al ostracismo y la pobreza, porque la mujer no tenía derechos ni posibilidad de independencia de un varón. Jesús es claro, si te has comprometido con esa mujer, ella será uno contigo, y ese compromiso no te permite dividirte, seccionarte, no puedes dejarla tirada cuando ya no te sirve o es tu conveniencia. También hoy nos hacemos muchos planteamientos divergentes sobre el matrimonio, el divorcio, las relaciones entre hombres y mujeres. Pero la respuesta de Jesús seguro que iría también a la raíz: ¿Amas a esa persona, tu compromiso con ese proyecto vital compartido te implica totalmente, más allá de intereses y conveniencias de todo tipo, con generosidad y buscando el bien del otro/a? “El que pueda entender, entienda”. Las relaciones que forjamos a lo largo de la vida no siempre hacen el bien que quisieran al otro, hacemos daño y nos dañan, y muchas se rompen. Por eso necesitamos alimentarnos del amor de Dios, encontrar el sentido profundo de la salvación, que es dejar que Dios penetre nuestra realidad personal, la cure, la haga sentirse amada, la libere para la fraternidad y la entrega. Nuestro sentido y felicidad está en el amor. |