Los fariseos daban importancia a las cosas insignificantes, poco importantes ante Dios, y descuidaban las que verdaderamente valen la pena. Así, pagar el diezmo de los productos del campo lo hacéis, (la menta, el anís, el comino) no tiene relevancia, comparado con las actitudes de justicia y caridad que debemos mantener en nuestra vida.
Otro ejemplo; los fariseos “limpian por fuera la copa y el plato, mientras por dentro están rebosando de robo y desenfreno”. Cuidan la apariencia exterior, la fachada. Pero no se preocupan de lo interior.
Estos defectos de entonces, también los podemos tener nosotros. La consigna de Jesús es que no se descuiden tampoco las cosas pequeñas: “esto es lo que habría que practicar (lo del derecho y la compasión y la sinceridad), aunque sin descuidar aquello (el pago de los diezmos que haya que pagar)”. A cada cosa hay que darle la importancia que tiene. En los detalles de las cosas pequeñas también puede haber amor y fidelidad. Aunque haya que dar más importancia a las grandes.