“Y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos” Todos estamos llamados al banquete, todos. Iremos o no, ahí radica la libertad del hombre, pero la invitación la tenemos. Nos espera el Rey, nos aguarda un banquete de bodas, algo grande, fuera de lo corriente. Y podremos aceptar, decir que no sin más o tomar la actitud beligerante de los que llegan a asesinar a los mensajeros. Incluso podemos aceptar sin estar preparados, sin querer seguir las pautas que marca el Anfitrión y ser expulsados. La parábola del banquete nos muestra las distintas actitudes que podemos adoptar ante la llamada de Dios. Podría parecer de necios recibir una invitación para algo bueno y rechazarla, pero esa es la condición humana: las circunstancias del momento, la oportunidad, los apegos que tenemos en nuestra vida, el no querer romper nuestra rutina, no salir de nuestra zona de confort (como se dice ahora)… y dejamos pasar la oportunidad de vivir a los grande, de gozar de la presencia de Dios en nuestro día a día, de desprendernos de lo que nos ata a lo más mundano. Por eso debemos tener el corazón abierto y los sentidos atentos porque en cualquier momento podemos recibir la invitación que cambiará nuestras vidas. Dios nos está llamando siempre, es más: nos está esperando siempre. Nosotros somos libres de escuchar o no, de acudir o no a su llamada. Como decía San Juan Pablo II “la Fe se propone, no se impone” y el Señor nos propone sentarnos con Él a su mesa, compartir su banquete, con libertad, la misma libertad que Él nos ha dado, pero si no acudimos a su invitación deberemos asumir las consecuencias. Cristo nos lo explica muy claro en esta parábola, con palabras que entendemos y nos muestra todas las opciones. Teniendo toda la información ya depende de nosotros elegir entre vivir en la Luz o caer en las tinieblas. |