Esta gran fiesta de la Virgen María trae a nuestras vidas, en estos tiempos particularmente inciertos y convulsos, que nos tocan vivir, sabor de Pascua. La figura sin parangón de la Virgen María está íntimamente unida a la de su Hijo, Jesucristo, el Señor. Es de Él de quien recibe este maravilloso don de su Asunción a los cielos, que la comunidad creyente cristiana, la Iglesia, viene proclamando desde los inicios de su caminar por la historia.
Con razón, y en este contexto, hemos escuchado en la Liturgia de las Horas, en el Oficio de Lecturas, las elocuentes palabras de San Juan Damasceno: “...convenía que la Madre de Dios poseyera lo mismo que su Hijo y que fuera venerada por toda criatura como Madre y esclava de Dios”.
Es por esto, que exultantes de gozo y encendidos de esperanza, proclamamos hoy y festejamos a la Bienaventurada Virgen María como aquella que, en estrecha comunión con su Hijo, nos muestra el camino y la meta de nuestro destino final: Vida-sin-sombra-y-para-siempre con quienes nos esperan en la Patria Definitiva.
Así, pues, toda la liturgia de hoy, centrada en la Victoria del Hijo y la Madre, nos llama a vivir una espranza firme y una alegría siempre presente en nuestra vida, incluso cuando el dolor nos visita.
Fr. César Valero Bajo O.P.Convento del Rosario (Madrid)