En el Evangelio se nos habla de la relación humana con los bienes y la dificultad de que un rico pueda entrar en el reino de los cielos.
Y es que la cuestión es la siguiente: El Evangelio nos abre siempre un camino de sentido y de felicidad humana cuya clave fundamental es el amor, la primacía del otro. Estamos hechos para el encuentro. Un encuentro que está llamado a vivirse desde la acogida y el reconocimiento del otro como es, la complementariedad, la diversidad, la donación mutua, el favorecer la vida de todos, la búsqueda del bien común. Quizás la palabra que hoy mejor recoge este sentido de la vida en la perspectiva del encuentro, es la llamada a la fraternidad, que es el mejor signo del Reino. Y está claro que bajo la defensa a ultranza de tantos egoísmos enmascarados en palabras que los justifican como defensa de la libertad, del propio bienestar y de “mis” derechos, lo que en el fondo está en juego es la posibilidad de la existencia del otro como un hermano y no como una amenaza o un competidor. En el fondo, está en juego la posibilidad de vivir verdaderamente el Evangelio de Jesús que vino a servir y no ser servido, que hizo de su vida Eucaristía, pan entregado y vida derramada, para alimentarnos a todos y sentarnos a la misma mesa.
Oremos hoy esta Palabra de Dios, reconociendo, agradeciendo los dones y bienes que hemos recibido. Preguntémonos si estamos atados a ellos y tenerlos se ha convertido en un fin para nosotros o nos sentimos libres para compartirlos. ¿Cómo Dios nos está llamando a cada uno a utilizar los bienes que de Él hemos recibido para colaborar en su sueño para nuestro mundo hoy?
Dejemos resonar la Palabra de Dios en nuestro corazón que nos dice…”eres hombre y no Dios” y que al mismo tiempo que nos señala la dificultad que tenemos para vivir una sana relación con los bienes nos abre el camino de la salvación. Porque nos puede pasar como a los discípulos que ante la dureza de la palabra de Jesús al hablar de los ricos nos preguntemos también espantados: “Entonces, ¿quién puede salvarse?”. Y es bueno recordar lo que Jesús les contesta y nos contesta a nosotros: “Para los hombres es imposible; pero Dios lo puede todo”.