Hoy volvemos a escuchar un evangelio de gracia, pero molesto. Jesús comienza el viaje a Jerusalén, presentando las exigencias que conlleva para El y cuantos lo siguen. De esta manera, nos sorprende hablando de sí mismo, de su misión y su destino, con palabras misteriosas: Fuego, guerra, división.
Las lecturas de hoy, no sólo el Evangelio, presentan la fe como una lucha, y en el caso de Jeremías, como signo de contradicción, esfuerzo, peligro, como el mismo Cristo vivió la fe. Los profetas expresan en su propia carne que la verdad molesta y lleva a correr riesgos. Lo que hicieron con Jeremías, lo harán después con Jesús y sus seguidores.
En cuanto a nosotros, quizás nos hemos acostumbrado a vivir una fe líquida, conformista, descomprometida. Muchos cristianos, arraigados en una situación de bienestar, tendemos a vivir la fe y considerar el cristianismo como una religión de paz tranquila. Sin embargo, la Palabra de hoy, nos mueve el suelo que pisamos. Que quiere decir, que la fe tal como la vivió Jesús, nunca puede ser neutral. Nos sorprenden sus palabras de fuego, guerra y división, que purifican nuestra fe. Porque si Él lo vivió así poniéndose del lado de los que sufren, sus seguidores no podemos callarnos ante los atropellos cometidos y esto provocará lucha e incomodidad. El mensaje central de hoy es, por tanto, que el creyente vivirá siempre con la cruz de la contradicción.
La fe vivida por Jesús, cuestiona hoy la nuestra: ¿Fue Jesús un creyente? ¿Cómo vivió Él la fe? ¿Qué alcance tiene y a donde me lleva hoy su lenguaje paradójico? Su vida molestó, enfrentó, cuestionó e incordió a muchos. Este ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten, y será como un signo de contradicción (Lc 2,34) ¿Y nuestra fe?