Es palabra de Dios
REFLEXION
Es esta una pregunta que resuena a lo largo de la historia y se ha escuchado en todos los rincones del mundo. También hoy sigue llegando hasta nosotros. Los apóstoles respondieron con algo significativo: “Juan Bautista, Elías, Jeremías o uno de los profetas”. Es decir, una persona en la línea de los grandes profetas. Ellos trasmiten lo que oyen entre las personas con las que se encuentran.
Quizá olvidaron las respuestas negativas de la clase alta que decían de Jesús cosas “muy fuertes”, al acusarlo de borracho y “amigo de publicanos y pecadores” (Mt. 11, 19) con los que no tiene inconveniente compartir banquetes.
“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo”?
¿Por qué esta pregunta?
Jesús tiene una identidad clara y es muy consciente de ello. Sus seguidores no son del todo conscientes de quién es Él. Han de ir descubriéndolo paulatinamente, por eso la pregunta ofrece la ocasión de definirse ante Él y manifestar así dónde se sitúan ante esta persona que los ha llamado como apóstoles, “enviados”. Es la forma de avanzar en su conocimiento.
La pregunta debió desconcertarlos. No resulta fácil responderla y menos cuando todavía no lo tienen claro. De alguna forma se sentirían paralizados. Dentro de cada uno todavía habría dudas y una especie de desconcierto al observar sus palabras y su comportamiento. Pedro, siempre tan espontáneo, rompió el silencio: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo» (Mt 16, 16). Pedro, como el resto de los apóstoles, intuía que Jesús no era un profeta más. Él había percibido o descubierto que Jesús no era una persona común o corriente. Por eso respondió con sinceridad con esa confesión de fe.
La respuesta de Pedro se vio complementada con las palabras de Jesús: «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Juan, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre sino mi Padre Celestial. Por eso te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia…y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella» (Mt 16, 17-18).
Y ahí queda Pedro confirmado como líder de ese grupo que tras la muerte de Jesús y la venida del Espíritu Santo se convertirá en Iglesia. Una palabra griega que se usaba en las asambleas democráticas y que ha pasado a significar el grupo que sigue a Jesús y que quiere hacerlo presente en todos los tiempos. Con sus luces y sus sombras, el objetivo ha permanecido siempre vivo.
El relato se corta ahí. Lo que viene a continuación nos sitúa en otro escenario.
Conocer a Jesús para amarlo y seguirlo de verdad, no es algo que se adquiera de una vez para siempre. Es un proceso que exige fidelidad, oración, coherencia y esfuerzo para que todo se vaya afianzando en nosotros y así nunca sustituyamos a Jesús por esos “diosecillos” que nos presenta la sociedad. Tener presente ese proceso debe animarnos. Siempre podemos seguir avanzando confianza en su ayuda. Todos sabemos que no es fácil. A Pedro, a pesar de esa respuesta tan clara, podemos decir que le quedaba mucho trecho por andar y ahondar en el conocimiento de Jesús. Vendrían situaciones donde su conducta no dejaría claro quién era Jesús para él, si escuchamos sus denuestos en el juicio contra Jesús. Hubo hasta lágrimas al caer en la cuenta de que el miedo le había llevado a la traición. Tras ello siguió su proceso de maduración de la fe Todo ello le sirvió para levantarse y fiado en la gracia de Jesús, proclamó con entusiasmo a ese Jesús hasta dar la vida por Él.