Es palabra de Dios
REFLEXION
El Evangelio de hoy nos pone ante la parábola de las diez vírgenes. Jesús explica los misterios del Reino de los Cielos, usando el género literario de la parábola. A menudo, ese lenguaje confunde a los escribas y fariseos dando cumplimiento a las profecías del Antiguo Testamento. Luego, el maestro se las explica a sus discípulos. En esta ocasión, Cristo compara el Reino de los Cielos con diez vírgenes que, con su lámpara en la mano, salieron al encuentro del novio, e insiste en que las prudentes se proveyeron de aceite y las necias no. Aquí las vírgenes representan a las almas cristianas que viven a la espera de su esposo, Cristo. Aun cuando tarde, la lámpara de la vigilancia ha de estar a punto con las armas que Dios. También muestra esa tensión que supone el combate espiritual y la debilidad humana. Todas las vírgenes se duermen. Todas al oír el grito de “¡llega el esposo!” reciben la gracia de despertarse y de levantarse; pero unas, pueden perseverar en el combate gracias al aceite, esa oración y vigilancia que nutre la fe y la esperanza; y las necias no tienen armas se quedan indefensas en medio de la batalla. Cada uno necesita tener su propio aceite, el combate nadie lo puede hacer por ti, no valen las armas del otro. Por eso, las necias se excluyen ellas mismas y las prudentes entran. ¿Qué tiene que ver esto con nosotros? Nuestra vida es también un combate semejante. Nuestra vigilancia ha de nutrirse de oración, vida sacramental y, en definitiva, de todas las armas que la Iglesia nos ofrece. Ese es el aceite que nos abre al encuentro con el Señor, porque nos hace conocerlo, reconocerlo y por amor salir a su encuentro. No tenemos que esperar ni al fin de los tiempos, ni al día de nuestra muerte, porque en esta vida vivimos un anticipo del Reino de los Cielos, pues lo llevamos dentro. El problema de no tener aceite en la lámpara nos impide verlo en nuestro día a día. Vamos a oscuras y quedamos excluidos. Dios nos da la Gracia, los medios, nos ayuda a levantarnos, pero sin nuestra respuesta, sin ese cuidado de tomarnos sus cosas en serio lo ignoramos. El ajetreo, las tensiones, las preocupaciones son consumidoras de aceite que, poco a poco, consumen nuestra alegría por la entrega. ¡Necesitamos renovarla siempre! Esta Palabra viene en nuestra ayuda con ella el Señor nos dice: “¡Ánimo y espabila!” |