El Evangelio de Juan es toda una revelación de quién es Jesús. Jesús es el Hijo de Dios, el enviado del Padre para salvar al mundo. En el texto de hoy Jesús profundiza en lo que significa esa salvación. “Si permanecéis en mi palabra seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. Los judíos le cuestionan que no les considere libres, a ellos que son fieles a la Ley y descendientes de Abraham, no idólatras sino hijos de Dios. Pero Jesús les confronta: “Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais…”, y no estarían viendo la forma de deshacerse de él.
La fe en Dios pasa por descubrir qué es ser sus hijos e hijas y vivir en consecuencia. Y el camino, las claves para ese descubrimiento, es Jesús, seguir e identificarse con quien es el Hijo, ser de verdad discípulos suyos. “¿Qué es la verdad?” se preguntaba Pilatos ante Jesús apresado y condenado. El paso de la esclavitud a la libertad está en conocer la verdad. ¿Qué es la verdad sino Dios, el que nos llama hijos y nos ama?
Dice Unamuno “La libertad está enterrada y crece hacia dentro, y no hacia fuera…La libertad no está en el follaje, sino en las raíces, y de nada sirve dejarle al árbol libre la copa y abiertos de par en par los caminos al cielo, si sus raíces se encuentran, al poco de crecer, con dura roca impenetrable, seca y árida, o con tierra de muerte”.
Permanecer en su palabra es ese encuentro cotidiano con el Dios que se nos revela en Cristo, es dejar que se vaya encarnando en nuestra vida, que vaya echando raíces en nuestro ser y nos vaya identificando cada vez más con Aquel que es radicalmente libre en el amor. “Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais”… podemos dejar que Jesús nos pregunte, como a Pedro; “¿Me amas?”. Y dejar que la respuesta surja de nuestro interior, de nuestra verdad más enraizada. ¿Qué alimenta y nutre mi vida? ¿Qué palabra, o quién, sustenta mis certezas, convicciones, criterios, decisiones?