Una historia, la del evangelio de hoy, que seguramente preferimos mirar desde “fuera”. Es muy fuerte este relato para dejarse tocar por él en nuestro interior. Por eso quizá se han generado a lo largo de la historia tantas hipótesis en torno a la persona de Judas. Desde esta mirada externa podemos sentir el mismo asombro que en la primera lectura ante el trato que Jesús recibe.
Judas ha vivido con él tres años y no sólo no ha entendido nada (tampoco los demás apóstoles) sino que ya no espera nada del proyecto de Jesús. Mejor acabar con todo ya. Tal vez consideraba que él tenía una visión más acertada de la realidad y de cómo había que afrontarla… el hecho definitivo es que lo traiciona y lo entrega. No podemos entrar en el misterio de la vida de Judas.
Sí podemos y debemos entrar en nuestro propio misterio personal, y plantearnos a fondo esa misma pregunta de los discípulos en la Cena ¿soy yo acaso, Señor?
Nuestro deseo es seguirle, pero ¿no habrá momentos, actitudes, acciones u omisiones que signifiquen que le estamos traicionando, dando la espalda, prescindiendo de él? Les ocurrió a todos los que le acompañaban en la Cena. El peligro, el miedo, la fragilidad humana… Nosotros no somos diferentes.
Lo que sí tenemos siempre es la posibilidad de “volver”, de reencontrarle, de pedir perdón… Jesús nos ha mostrado un Dios que está siempre, que nos espera siempre, que nos concede siempre una nueva oportunidad. ¡Esa es nuestra gran suerte!