Con la fiesta del Jueves Santo comienza en la Iglesia la celebración para la que nos hemos estado preparando en el tiempo previo de Cuaresma. El Triduo Pascual, que adquiere tantos matices culturales y expresiones religiosas diversas, pide a los creyentes entrar en él con humildad, en primera persona, como si fuera realmente una novedad. No es momento de quedarnos en devociones o sentimentalismos; tampoco se nos llama a revisar ahora nuestro comportamiento moral o costumbres, ni siquiera a repetir por inercia lo que siempre hemos hecho. Estamos invitados a adentrarnos directamente en lo más hondo del Misterio de Cristo, el Señor; a contemplarlo en profundidad, a dejarnos atrapar por la fuerza de un Amor que supera el tiempo y llega a nuestra realidad más íntima. En la Mesa del Cenáculo tenemos un sitio reservado para acoger los variados matices de la entrega de Jesús que nos llegan por el amor fraterno, la Eucaristía y la donación sacerdotal. Ojalá resuene en nosotros la experiencia de Pablo y la hagamos nuestra: “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).
Fr. Javier Garzón GarzónConvento Santo Tomás de Aquino - 'El Olivar' (Madrid)