En este Evangelio vemos la parábola de los invitados al banquete, que ponen excusas cuando el Señor los invita a su casa. Leemos al comienzo de esta Palabra: “dichoso el que puede comer en el Reino de Dios”, ¿qué significa esto realmente? No se trata únicamente de estar en la presencia de Dios, sino haber participado ya en esta vida terrena de la vida del Señor, de su Pasión y de su Resurrección, habiendo sido testigos de su Reino en este mundo, para participar plenamente de su gloria en el Cielo. Cuando invitamos a alguien a nuestra casa, lo hacemos porque conocemos al invitado y compartimos con esa persona algo de nuestra propia vida, ¡con cuánta más razón no participar de las cosas de Dios, que es nuestro Creador y Redentor! Pero en ocasiones podemos ser como esos invitados que ponen excusas para no ir a la casa del Señor, cuando vivimos la oscuridad de la fe, cuando a veces no comprendemos las cosas que nos pasan…ponemos excusas, preferimos guardar nuestras pocas seguridades, lo ya conocido, antes de lanzarnos a la misión y confiar en los planes de Dios. Es justo lo contrario que hacen los pobres de la parábola, que no se defienden ni se excusan porque son libres, las precariedades los han hecho desprendidos de la tierra, anhelantes de los bienes del Cielo; por eso no dudan en aceptar la invitación del Señor y dejar que Él actúe en sus vidas. El Señor continúa hoy saliendo a los caminos para invitarnos al banquete de su Reino, quiere llenar su casa de hijos fieles y confiados en su Palabra y en su Misericordia. ¿Qué tipos de invitados somos nosotros? No pongamos excusas, seamos cristianos valientes, seguidores de Cristo, abandonados por completo a los designios de Dios, como lo estuvieron nuestros Santos. No tengamos miedo. Dios nos quiere santos y felices. |