El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se marchó a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y se contrató con uno de los ciudadanos de aquel país que lo mandó a sus campos a apacentar cerdos. Deseaba saciarse de las algarrobas que comían ¡os cerdos, pero nadie le daba nada.
Se levantó y vino adonde estaba su padre; cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se le conmovieron las entrañas; y, echando a correr, se le echó al cuello y lo cubrió de besos.
Y empezaron a celebrar el banquete.
Su hijo mayor estaba en el campo. Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y la danza, y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Él se indignó y no quería entrar, pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Es palabra del Señor
REFLEXION
La parábola sugiere que el amor del padre nunca está en duda. Lo que está en duda es nuestra apertura para recibir este amor que transciende todos los amores humanos.
Este evangelio es la revelación de un Dios Padre lleno de misericordia. Dios siempre es fiel, y aunque nos alejemos y nos perdamos, no deja de seguirnos con su amor, perdonando nuestros errores y hablando interiormente a nuestra conciencia. Dios se ha revelado como un amor que busca lo perdido y crea. El que es Vida se topa con la cerrazón de quienes ama, y sufre por su alejamiento.
En la parábola del hijo pródigo Jesús enseña a los discípulos a volver, a convertirse. Tanto el hijo menor como el mayor son como la representación del "ego" porque buscaron la felicidad donde no estaba. El menor creía que la felicidad es dejar al padre, a la madre, a la casa, al país y llevarse los suyo…y acabó más triste y más sólo. El mayor busca la felicidad en lo que cambia exteriormente. Ambos tienen que recibir la enseñanza del padre. La felicidad no está en qué yo tenga “un cabrito” para la fiesta, ni que yo me vaya lejos. La felicidad está en volver al amor. Que mi corazón vuelva a confiar en Dios; no es coger la herencia o tener un cabrito sino recibir gratuitamente el don de la fiesta del Padre.
Por nuestra parte es volver al camino interior, descubrir a Dios dentro de nosotros, comprender que el trabajo, la humildad, la disciplina de cada día crea la verdadera fiesta y la verdadera libertad. Que los mandamientos de Dios no son obstáculo para la libertad y para una vida bella sino las señales para la verdadera vida.
Hemos leído la oración del profeta Miqueas. Es el tiempo de la oración humilde y confiada para rehacer la vida y la historia. La nuestra y la de tantos…. ¿”Qué será de los pecadores?” era el gemido nocturno de Santo Domingo. Él comprendió que Jesús, nuestro hermano, el nuevo Adán mató en la cruz la muerte misma, el mal, el pecado mortífero, abriéndonos el camino de vuelta, Él entró en la muerte para que todos pudiéramos volver a la casa del PADRE, al Paraíso.