Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Es palabra del Señor
REFLEXION
En este primer sábado de Cuaresma resuena con fuerza el mandado de Jesús: “Amad a vuestros enemigos”. Las palabras de Dios son claras, no son una opción, sino un mandato. Dice la Escritura en otro lugar que “Dios no nos llevará más allá de nuestras fuerzas”, bien sabe Dios cuáles son nuestras limitaciones. Pero, el Señor nos ayuda con su gracia, por nuestras fuerzas solas no podemos amar a los que nos hacen daño, pero con el Espíritu Santo todo se puede. “Todo lo puedo en Aquél que me da fuerzas”
El núcleo del cristianismo está en el amor, y concretamente en el amor a los enemigos. No pensemos que el enemigo es el que está lejos, en medio de guerras o en los que hacen leyes que nos perjudican, etc… el enemigo, muchas veces, vive con nosotros, son las personas que nos hieren, que nos quitan la paz, que nos hacen daño, etc… Y ante estas acciones, de nuestro corazón no sale instintivamente amar, tal vez todo lo contrario, por eso San Mateo nos explica cómo podemos amar a los enemigos: hacedles el bien y rezad por los que os persiguen y calumnian. Y la consecuencia de esto es que “seremos hijos de nuestro Padre que está en el cielo”
La clave de este amor está en habernos sentido nosotros amados por Dios. Dios nos ha amado cuando hemos sido malvados y pecadores, Cristo ha dado su vida en la Cruz por los que lo mataron, por todos, y si queremos seguir a Cristo y ser hijos de Dios, estamos llamados a amar también así: a rezar por todos, a dar la vida por todos, en definitiva a amar a todos, como Cristo nos ha amado, es decir, a amar a todos en su debilidad y limitación, y con esto seremos semejantes a Dios, que hace salir el sol sobre buenos y malos, con este amor incondicional seremos hijos de Dios. Todo esto como una gracia, sabiendo, que por nosotros mismos no podemos, es la gracia la que transforma nuestro corazón y así cumpliremos la finalidad para lo que hemos sido creados, que no es otra que dar gloria a Dios.
“Señor, concédeme la gracia de amar como tú amas”