Primera lectura
Lectura del libro del Eclesiástico 27, 4-7
Cuando se agita la criba, quedan los desechos; así, cuando la persona habla, se descubren sus defectos.
El horno prueba las vasijas del alfarero, y la persona es probada en su conversación.
El fruto revela el cultivo del árbol, así la palabra revela el corazón de la persona.
No elogies a nadie antes de oírlo hablar, porque ahí es donde se prueba una persona.
Es palabra del Señor
Salmo
Salmo 91 R/. Es bueno darte gracias, Señor.
Segunda lectura
Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios 15, 54-58
Hermanos:
El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley.
¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!
De modo que, hermanos míos queridos, manteneos firmes e inconmovibles.
Entregaos siempre sin reservas a la obra del Señor, convencidos de que vuestro esfuerzo no será vano en el Señor.
Es palabra del Señor
REFLEXION
I.ª Lectura (Ben Sirac - Eclesiástico 27, 4-7): Palabra y sabiduría
El libro de Ben Sirac nos ofrece una serie de sentencias de tipo sapiencial que quieren poner de manifiesto la importancia de lo que decimos, de la palabra, como fruto de lo que somos. La criba, el horno, la reflexión, el fruto del árbol son las imágenes de comparación de lo que verdaderamente tiene sentido. No es el oropel de lo externo, sino de lo interno y lo permanente lo que tiene sentido en la vida. La tiranía de la exterioridad es algo que el sabio no soporta. La sabiduría no viene de las cosas que se hacen o se sienten a medias. La sabiduría viene de lo más profundo. Por eso la palabra de sabiduría vale su peso en oro.
Efectivamente, la palabra en el ser humano es tan importante porque en ello se expresan nuestros sentimientos y deseos; el amor y el odio; la verdad y la mentira; la exhortación y la calumnia. Con la palabra se mata la fama y la honra de otros y con la palabra se resucita a los que han sido calumniados. Sentencias llenas de sabiduría que no podemos menospreciar, y que son el fruto de la experiencia y la reflexión. La palabra dice lo que llevamos en el corazón.
II.ª Lectura (I.ª Corintios 15, 54-58): Resurrección y corporeidad
Esta lectura de San Pablo a los Corintios podría ser la que en este domingo sirva como clave interpretativa y como mensaje cristiano en el contexto de la eucaristía. Porque la eucaristía es el marco adecuado para celebrar el misterio de la resurrección de Jesús y de los muertos. El texto de Pablo podría completarse mejor con otros versículos anteriores del mismo capítulo que se ha venido leyendo durante varios domingos y, desde cuya perspectiva globalizante, ofrecemos esta reflexión. Pablo habla del paso de lo corruptible a lo incorruptible; de lo mortal, a lo inmortal. Aunque cada uno de los términos tiene su significación, y cada uno de ellos hay que entenderlos por su contrario; la realidad no es una descripción puntual de lo que somos y de lo que seremos, es una descripción totalizante. Es decir: aquí la corporeidad psíquica está determinada por la corruptibilidad, lo mísero y lo débil. No se trata de una maldición, de un modo de ser maldito, sino de ser tal como somos creados por Dios. Si no fuéramos así, no existiríamos; por lo tanto, no es algo que expresa negatividad radical, sino limitación creatural: seres vivientes, pero a los que les queda ser todavía seres pneumáticos, inmortales.
Por el contrario, la corporeidad de la resurrección es pneumática; es decir, incorruptible, gloriosa y dinámica. Es el ser completado en su creaturalidad por la acción creadora de Dios, que tiene en cuenta quiénes somos. En la muerte debemos ser tratados por Dios como una necesidad decisiva. Entonces Pablo, apoyado en la resurrección de Jesús, tiene la seguridad de la fe de que la muerte no es lo último; es lo último que vemos si no existe fe; pero si existe fe y esperanza, entonces es lo penúltimo. La muerte expresa lo poco que somos todavía aquí; pero la resurrección habla de que seremos la misma persona, porque Dios seguirá con nosotros "a través de la muerte". La identidad de mi mismidad, y la discontinuidad con la historia y el tiempo en que he sido "yo mismo", es uno de los grandes misterios de la resurrección. No se trata de que desaparezca totalmente "lo que yo era", sino de que siga siendo "yo mismo", pero liberado, necesariamente, de la positiva corporeidad creacional, ya que desde ella nadie tiene futuro ("la carne y la sangre no pueden heredar el Reino de Dios", v. 50), sería abocarse a la nada. ¿Quiere decir que Dios nos ha creado imperfectamente? No debería entenderse así en absoluto, sino que Dios no ha terminado de crearnos hasta que lleguemos a ser resucitados. No se trata de un mecanismo natural de la esencia humana, ya que la resurrección no se realiza "desde abajo", sino "desde arriba", desde Dios Creador; todo se apoya en el acto del Dios que resucita.
El nuevo cuerpo, el nuevo ser, es un puro don de Dios (1Cor 15, 38ss; 2Cor 5, 1), como es nuestra primera creación; pero Dios se lo hace al difunto, y éste es reconocible para sí mismo y para los otros. La resurrección significa así, fundamentalmente, el don de una nueva existencia (una existencia total, salvada, solidaria y perfeccionada). Los hombres reciben una existencia nueva y definitiva, plena y perfecta, en su vida, y en sus relaciones interpersonales. Cuando muchos hombres le dan todas las cartas a la muerte, Pablo se las ofrece a Dios. No triunfa la nada en la muerte; es Dios, Dios resucitador, el que triunfa en la muerte de mí mismo. Es eso lo que ha sucedido con Jesucristo resucitado de entre los muertos. Por eso Pablo acaba pidiendo que nuestra fatiga en el Señor no será vana. Confiar en el Señor de la vida es una opción muy importante de ser cristiano. Es eso lo que debemos aprender a vivir y experimentar en la eucaristía, porque en ella se adelanta sacramentalmente esa gran experiencia de vida que el Señor ya tiene y nos ofrece a nosotros.