En aquel tiempo, levantando los ojos al cielo, dijo Jesús:
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado. Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.
Yo te he glorificado sobre la tierra, he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame junto a ti, con la gloria que yo tenía junto a ti antes que el mundo existiese.
He manifestado tu nombre a los que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos. Y todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El evangelio que hoy proclamamos es una oración compuesta de varios retazos, que Juan pone en boca de Jesús; es un “tengo que irme, pero no quiero dejaros solos”. Como en el caso de Pablo en la primera lectura, tiene también tono de despedida. Suele decirse que las peores despedidas son aquellas que no se dijeron. No es el caso, como hemos visto de Pablo, y menos de Jesús, aunque “haya llegado la hora”. Jesús da gracias al Padre por haberle dado a conocer a los que conoció y llamó por su nombre de forma directa, sin reproches por ser como eran, porque aceptaron su palabra y lo aceptaron a él, Jesús, como la Palabra del Padre.
En esta oración/súplica Jesús ruega por sus amigos de los que le duele separarse. ¡Cuánta humanidad en este Jesús joánico! Todo el evangelio de Juan es un tratado sobre la amistad. Sin ella, la “buena noticia” no tendría sentido alguno. Hay un tira y afloja en todo el texto que nos da el tono sensible de Jesús, por eso les promete que su Espíritu, el de Dios, estará siempre con ellos. Pentecostés está a la vuelta de la esquina.
Hay honda querencia en Jesús por los que le han acompañado, por los que han sido sus amigos. Hay una resistencia a separarse. “La vida me ha enseñado a decir adiós a la gente que quiero, sin sacarlos de mi corazón”. (Ch. Chaplin). Eso hizo Jesús, porque sabía que era un “hasta luego”. Y en ello seguimos. A los lectores de este comentario, para no alargarme demasiado, les sugiero que lean (por extraño que resulte) el poema de Pedro Salinas: “Serás amor un largo adiós que no se acaba…” Ayuda a comprender esta oración de despedida de Jesús. Porque el evangelio de Juan es, también, poesía desde el inicio.
¿En qué medida cumplo en mi vida lo de Pablo: “he cumplido el encargo que me dio el Señor, ser testigo del Evangelio”? El evangelio leído tiene un fondo de esperanza, la que transmite Jesús a sus discípulos. Repásalo y escribe la frase que más te haya llegado al corazón.