En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: "Amarás a tu prójimo" y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Un texto emblemático del Evangelio es el que encontramos en la eucaristía de este día: el amor sin exclusiones, que incluye a los enemigos. Aclaremos; no podemos nosotros a la luz del evangelio declarar enemigo a nadie. Cuando se habla de enemigo se entiende que se habla de los que nos declaran enemigos a nosotros. A ellos hay que extender también el perdón. Y no olvidemos que antes de perdonar hemos de analizar las razones por las que nos declaran enemigos, no vaya a ser que hemos dado algún motivo para esa enemistad; o responda a situaciones concretas de tipo psicológico u de otro tipo que les generan en ellos esa enemistad. Lo de siempre: antes de perdonar tratar de comprender.
El perdón cuando ha lugar NUNCA ha de faltar. Es medida de nuestra generosidad, de nuestra humanidad, como hemos indicado; es además expresión de misericordia, que como se deduce del texto, define nuestra perfección humana, y cristiana: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. Perfectos en la medida de misericordiosos- La misericordia es la generosidad, pero además expresa por qué se es generoso, por amor. Misericordia es, miseri-cor-dare: dar el corazón a quien vive en miseria, al necesitado. Sin amor no hay obra de “caridad”, o sea de amor.
Por ello al analizar los niveles de nuestra generosidad, fijémonos en los niveles de perdón y misericordia.