24/6/24

EVANGELIO MARTES 25-06-2024 SAN MATEO 7, 6,12-14 XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 




En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«No deis lo santo a los perros, ni les echéis vuestras perlas a los cerdos; no sea que las pisoteen con sus patas y después se revuelvan para destrozaros.

Así, pues, todo lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo vosotros con ellos; pues esta es la Ley y los Profetas.

Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos.

¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos».

                                 Es palabra de Dios

REFLEXION

En el corto periodo de tiempo que Jesús dedica a la actividad de implantar el Reino de Dios, se afana en que a su auditorio le queden las cosas bien claras para que nadie se ande por las ramas y vaya a lo esencial del seguimiento. Las clases de Jesús son magistrales, pero parece que a los discípulos de todos los tiempos no nos interesa ver el calado profundo de estas sentencias. Nos resulta más fácil excusarnos que comprometernos con el proyecto del Reino: «Es que cuando me enfado… No pienso las cosas…» Y, Jesús, como buen pedagogo se acerca a ti, y en la intimidad te dice: «Si quieres tener una buena talla de corazón, trata a los demás como te gustaría que ellos te tratasen». Por tanto, hazte constructor del mandato nuevo, construye amor a tu paso: «Porque veo al final de mi rudo camino que yo fui el arquitecto de mi propio destino; que si extraje la mieles o la hiel de las cosas, fue porque en ellas puse hiel o mieles sabrosas: cuando planté rosales coseché siempre rosas» (Poema «Vida» Amado Nervo).

Jesús, trata de centrar la vida del discipulado en lo que es de vital importancia: La relación con Dios y con los hermanos que estamos compartiendo la vida. En la mentalidad del fariseo de todos los tiempos se cuela un escrúpulo por el cumplimiento férreo de la ley que lleva a esclavizar. Sin embargo, el Maestro de Nazaret nos lleva a poner un horizonte de coherencia en las relaciones humanas. Por ello, es necesario reflexionar en acciones, palabras, gestos, actitudes, que tenemos que tener entre nosotros. Ya que, todo no vale en la vida, puesto que al no tener esto presente generamos heridas, divisiones, luchas, con los demás. Al aplicar el principio del amor que nos muestra Jesús la vida adquiere sabor de Reino de Dios, plenitud, paz, y no solo eso sino que equipara al sujeto que le hacemos las cosas con Él mismo: «En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

En más de una ocasión no caemos en la cuenta de la magnitud que tiene el ser de Cristo. Experimentamos en lo cotidiano del día a día lo fácil que es perder el centro de nuestra fe y obrar siempre desde el corazón, Jesús nos hace esa invitación: ¿Qué quieres tú plantar en esta vida con tus palabras, gestos, acciones? Si amas se construye Reino y camino que lleva a la vida eterna.

Fray Juan Manuel Martínez Corral O.P.
Real Convento de Nuestra Señora de Candelaria (Tenerife)


23/6/24

LUNES 24 DE JUNIO : NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA

 





La fiesta del nacimiento de Juan el Bautista coincide, más o menos, con el solsticio de verano. Muchas tradiciones y muchos ritos anteriores al cristianismo parecen darse cita para celebrar en este día el gozo de la luz y la fuerza y exhuberancia de la vida. La fe cristiana ha sustituido esas celebraciones paganas con el recuerdo de aquel que anunc

Anunciación a Zacarías

Juan nace de un matrimonio anciano, que sin duda había anhelado siempre el don imposible de un hijo. Ésa es su familia. La esposa, descendiente de Aarón, se llama Isabel y se dedica a sus labores del hogar. Isabel es estéril, como tantas mujeres que habían dado vida a los grandes héroes de Israel. Su esterilidad subraya, como antaño, la presencia poderosa de Dios que cambia el rumbo de la historia cuando quiere. Así que Isabel vive la alegría de una maternidad inesperada. Y el nacimiento de un niño que es causa de sorpresa para todos. […]

El nacimiento del niño está rodeado por un halo de misterio. Su padre está un día en el templo, ejerciendo el servicio sacerdotal, tal como le correspondía por turno a su grupo. Entra en el santuario a ofrecer el incienso y se encuentra con el ángel del Señor. Entra a cumplir el rito y se encuentra con el mismísimo Dios de las promesas. El temor y el gozo se suceden en el breve diálogo inicial. El ángel del Señor anuncia el nacimiento de un hijo, al que el sacerdote habrá de poner el nombre de Juan.

El sorprendido sacerdote no puede creer lo que oye. Su edad y la de su esposa son un inconveniente aparentemente insuperable. El ángel le anuncia una mudez que es al mismo tiempo un signo de la veracidad de sus palabras, un castigo transitorio por la increencia de Zacarías y, sobre todo, una señal de que la promesa se habrá de cumplir a su tiempo (Lc. 1, 19-20). Y la promesa se cumple, en efecto. Pocos días después, los esposos se dan cuenta de que Isabel espera un hijo. Es más, esa nueva vida es también la señal para su pariente María, que en la distancia, recibe seis meses después el mensaje de su propia sorprendente maternidad.

María se pone en camino para visitar a su pariente Isabel. Recorre las montañas de Judea haciendo suyos los caminos por los que en otro tiempo había pasado el arca de la alianza del Señor. Al encuentro de aquellas dos madres, el hijo de Isabel salta de gozo en el seno de Isabel (Le 1, 44). Sin duda, el evangelista ha querido preanunciar la que ha de ser su misión. Él habrá de reconocer la presencia del Mesías que llega a su pueblo, trayendo la salvación, la paz y la alegría para todos.

El nacimiento del Profeta

Se cumplieron los tiempos y nació el niño anunciado por el ángel. El Evangelio subraya explícitamente que su nacimiento llena de alegría a sus padres y del temor de Dios a sus vecinos. Son las dos reacciones típicas ante la presencia del misterio en la vida de los hombres: el temblor y la fascinación.

Con motivo de la ceremonia de la circuncisión solía imponerse el nombre al recién nacido. En esta ocasión, surge una breve disputa sobre el nombre que se ha de imponer al niño. Las gentes pretenden que se llame Zacarías, corno su padre. Pero éste parece haber tenido tiempo y silencio suficientes para meditar sobre los proyectos de Dios. Zacarías es cribe en una tablilla: Juan es su nombre.'. Y en ese momento se desata su lengua dormida. […]

La lengua de Zacarías no se desata para explicar su mudez, ni para manifestar su alegría y la fortuna alcanzada por su casa, sino para proclamar las maravillas de Dios. Para ello proclama una «berakhá», una de aquellas bendiciones a Dios que caracterizaban la oración de Israel. Y lleno del Espritu Santo profetiza: -Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Nos ha suscitado una fuerza salvadora en la familia de David su siervo. Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor para preparar sus caminos, para anunciar a su pueblo la salvación, por medio del perdón de los pecados» (Lc 1, 68-69.76-77).

Juan irá delante del Señor. La contraposición evoca una cuestión importante que nos remite a unos años posteriores. El evangelista conoce sin duda la existencia de un grupo de discípulos de Juan, que encontramos varias veces en los escritos del Nuevo Testamento (Hch 18, 24-19, 7). En algún momento ha debido de subsistir entre las primeras comunidades cristianas la duda sobre la legitimidad de las pretensiones mesiánicas de un maestro o el otro, de un profeta o el otro. El evangelista Lucas, ya desde este momento inicial, quiere dejar bien claras las diferencias. Juan no es el Mesías: es su precursor y mensajero. Nada más y nada menos. Así lo proclama su padre el día de la circuncisión.
De su infancia no se nos ofrece más que una pincelada más bien estereotipada, que, a la vez, resume los años de su crecimiento y nos asoma a la misión que habría de asumir: «El niño iba creciendo y se fortalecía en su interior. Y vivió en el desierto hasta el día de su manifestación a Israel» (Lc 1, 80).

La Predicación en el desierto

El desierto no sería sólo su escenario. Era el ambiente de su vida y el signo mismo de su misión. Allí había aparecido de pronto nadie sabía cómo ni de dónde. Se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Eso decían las gentes. Y ese detalle ha sido transmitido por los textos evangélicos. Era una forma de aludir al género de vida que había elegido.[…]
Juan era un hombre piadoso, coherente y sincero. Y muchos acudieron a él. Tanto los Evangelios como Flavio Josefo subrayan que era visto con respeto por los judíos. Muchos estaban insatisfechos de la situación social, política y religiosa de su pueblo y aguardaban la manifestación de Dios y de su Mesías. Esperaban una liberación de la que sólo Dios podía tener la iniciativa.

La liberación no consistía ahora en escapar del lugar de la esclavitud. Significaba, más bien, abandonar un estilo de vida. Era una «conversión», Un cambio de actitudes: dar los frutos que pedía la conversión, la «teshuvá», o retorno a Dios, que habían predicado siempre los profetas. Y eso es lo que pedía Juan.

La conversión venía motivada por la escucha de la palabra del profeta, se celebraba con el rito que la significaba y se manifestaba en el cambio de vida que la ratificaba. El rito, es decir, el bautismo en el Jordán, significaba que Dios estaba dispuesto a elegir un pueblo nuevo precisamente allí donde el pueblo de Israel había entrado en la tierra prometida. Y el cambio de vida era la exigencia lógica de aquella elección divina. Por tres veces se nos repite la pregunta típica de la conversión, puesta en labios de los oyentes de Juan: «Qué tenemos que hacer?» (Lc 3, 10.12.14). Una pregunta que, más tarde, dirigirán a Jesús un maestro cíe la Ley (Le 10, 25) y un hombre importante (Le 18, 18), que parece identificarse con el joven rico. Una pregunta que se repetirá tres veces en los Hechos de los Apóstoles, obteniendo una respuesta en la que siempre se incluye el bautismo (Hch 2, 37; 16, 30; 22, 10). […]

En el discurso de Juan se anticipan las exigencias de Jesús Y la respuesta de algunos seguidores paradigmáticos, como Zaqueo, que entregarán la mitad de sus bienes a los pobres (Le 19, 8). El discurso de Juan no trataba de cambiar el sistema. Al menos a corto plazo. Pero trataba de cambiar las conciencias. Seguramente este cambio habría de desembocar en el otro.

Juán y Jesús

Así pues, Juan no era el Mesías. Era su precursor y su siervo. Los rabinos decían que un discípulo ha de hacer por su maestro todo lo que un esclavo hace por su dueño, excepto quitarle el calzado. Sería rebajarse demasiado, Pero Juan ni siquiera se considera digno de desatar las sandalias del que viene detrás de él (Jn 1, 19-27). Él anuncia al que ha de venir. Al que no bautiza con agua, sino con viento: es decir, con el Espíritu. El que ha de venir trae en su mano el horcón para aventar en la era las mieses ya trilladas. Él ha de separar la paja del grano. Él realizará el juicio sobre lo aceptable y 10 desechable. Él será el Señor y el Juez. […]

Un día llegó Jesús hasta la ribera del Jordán, parecía uno más entre la multitud. Es como si tratase de pasar inadvertido entre la multitud. Pero Juan, el predicador exaltado y peligroso que denunciaba la corrupción, lo vió llegar a las orillas del río. Lo reconoció entre las gentes del pueblo que olían a ajo, corno decían los fariseos. Y lo señaló a gritos para que todos se enteraran de que ya nada podría seguir siendo igual: «Éste es el cordero de Dios, que quita el pecado del mundo., (In 1, 29).

Aquella bajada al Jordán era todo un signo. Jesús se acercó al Jordán como se había acercado Josué, es decir, como el guía que conduce a su pueblo al país de la libertad. Jesús bajó al Jordán, como había bajado Elías, el defensor de la unicidad y el señorío de Dios en una época de crisis religiosa y de apostasía global. Jesús caminó hasta el Jordán, como había hecho Eliseo, al recibir el espíritu profético, para proclamar la verdad y practicar la misericordia. Jesús se sumergió en el Jordan, como se había sumergido Naamán, el leproso, para hacerse solidario de todos los dolores de la humanidad.

Juan lo reconoció como el «cordero de Dios» (Jn 1, 29). Era aquélla una expresión que resultaba rica de contenido y de evocación. Jesús recordaba la aventura de un pueblo nómada y pastoril que había guiado sus corderos por las cañadas del desierto. Jesús evocaba el cordero de la Pascua, signo de la piedad de su pueblo y del sacrificio que sellaba la alianza con su Dios. Él era la imagen más nítida de la liberación y de la fiesta. Jesús era sin duda el cordero llevado al matadero, como repetía el cuarto «Cántico del Siervo de Yahvé. Él era el que se ofrecía por la salvación de los suyos y aun de todo el mundo.

Pero Juan dijo todavía algo más. Aquel hombre, cordero y servidor, venía a quitar el pecado del mundo. Ése era el sueño y el ideal de todos los grandes profetas de antaño. El reino de Dios habría cíe ser un reino de santidad.
Un momento antes del bautismo de Jesús, el Evangelio de San Mateo transcribe un breve diálogo entre los dos. Juan parece resistirse: él es quien debía de ser bautizado por Jesús. Pero éste le dice, con una frase un tanto misteriosa, que ambos han de cumplir «toda justicia' (cf. Mt 3, 13-15). Tanto Juan como Jesús hacen suya la voluntad de Dios. Por ellos pasa la historia de la salvación.

El mártir

Juan era tan sólo una voz. Pero una voz que inquietaba y despertaba a los espíritus dormidos. Una voz profética que anunciaba y denunciaba.

Un profeta como Juan no podía morir en una tranquila ancianidad. Pronto habría de ser encarcelado por orden de Herodes. Pero ese episodio martirial lo celebramos en otro día de fiesta, que la Iglesia ha señalado para el 29 de agosto.

José Román Flecha Andrés

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),

EVANGELIO LUNES 24-06-2024 SAN LUCAS 1, 57-66,80 XII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo. Se enteraron sus vecinos y parientes de que el Señor le había hecho una gran misericordia, y se alegraban con ella.

A los ocho días vinieron a circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre intervino diciendo:
«¡No! Se va a llamar Juan».

Y le dijeron:
«Ninguno de tus parientes se llama así».

Entonces preguntaban por señas al padre cómo quería que se llamase. Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre» Y todos se quedaron maravillados.

Inmediatamente se le soltó la boca y la lengua, y empezó a hablar bendiciendo a Dios.

Los vecinos quedaron sobrecogidos, y se comentaban todos estos hechos por toda la montaña de Judea. Y todos los que los oían reflexionaban diciendo:
«Pues ¿qué será este niño?».

Porque la mano del Señor estaba con él.

El niño crecía y se fortalecía en el espíritu, y vivía en lugares desiertos hasta los días de su manifestación a Israel.

                                           Es palabra del Señor

REFLEXION

Dios busca mediadores para mantener activo su diálogo con la humanidad. Mediadores que sean conformes a su corazón. Lo fue Isaías, que expresa su cansancio y el sentido de sus desvelos; lo fue también Juan el Bautista, profeta de la conversión. Dios busca a hombres y mujeres que sean conformes a su corazón. Formados y moldeados por medio de su palabra, recreados por el dinamismo de su aliento, capaces de generar esperanza, amantes de la vida.

Desde el principio Dios hizo al hombre capaz de ser su interlocutor, capaz de responder en su libertad al requerimiento del amor de Dios. El papa Francisco en su encíclica «Fratelli Tutti» define el diálogo de esta manera:

Acercarse, expresarse, escucharse, mirarse, conocerse, tratar de comprenderse, buscar puntos de contacto, todo eso se resume en el verbo «dialogar». Para encontrarnos y ayudarnos mutuamente necesitamos dialogar. No hace falta decir para qué sirve el diálogo. Me basta pensar qué sería el mundo sin ese diálogo paciente de tantas personas generosas que han mantenido unidas a familias y a comunidades. El diálogo persistente y lleno de coraje no es noticia como los desencuentros y los conflictos, pero ayuda discretamente al mundo a vivir mejor, mucho más de lo que podamos darnos cuenta.

El diálogo pertenece a nuestra vocación más originaria: hemos sido creados para albergar a Dios y su palabra. La opacidad del mundo no se debe solamente a la contingencia de la humanidad, está vinculada también con el hecho de que este mundo es fruto de la libertad y gratuidad de Dios. Si Dios crea es porque ama. El término Crear – en hebreo bar’–, significa literalmente hacer lo nuevo, lo inesperado; en sí mismo expresa la libertad del Creador que de la nada puede hacer lo nuevo y hacerlo gratuitamente.

Dios eligió darse a conocer al mundo y revelarle que él mismo es fruto del amor, a través de quienes nada tenían:

El diálogo de la salvación nació de la caridad, de la bondad divina: De tal manera amó Dios al mundo que le dio su Hijo unigénito (Jn 3,16); no otra cosa que un ferviente y desinteresado amor deberá impulsar el nuestro (Pablo VI, Ecclesiam Suam).

El ser humano recibe el mundo sin poder por sí mismo reconocer en él la mano que se lo regala, pero Dios le revela su origen e invita al creyente a recibirlo de su amor como una gracia. La discreción es, por tanto, expresión de su amor. Es un riesgo que Dios corre en su infinita libertad: el de verse rechazado. Y bien sabemos, no sólo por la Sagrada Escritura, sino por la experiencia, que la humanidad está profundamente marcada por el rechazo que no cesa de oponerse a Dios, haciendo de la historia humana una historia pecadora.

La vinculación a Dios es frágil. Cuando vemos amenazada la vida, nos refugiamos en valores más tangibles y ponemos nuestra confianza en valores en lo que poseemos y podemos manejar. Por eso, el judío es invitado a orar, dos veces al día, la oración Shemá Israel que comienza con estas palabras del Deuteronomio:

Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas (Dt 6, 4-5).

Corazón, alma-vida, fuerza-poder, designan las tres energías fundamentales del ser humano. El corazón es el lugar de todas las pasiones, de todas las vinculaciones. El alma es la vida, lo que hace al ser humano autónomo y libre. La fuerza y el poder tiene sus raíces en el instinto de posesión. El ideal del justo es unificar en su persona todas estas energías para entregarse en su totalidad al Dios uno. Tal y como lo hizo Juan el Bautista. Ese pequeño profeta de la conversión.

Quien desfallece en la fe deja de poner en Dios su corazón porque rehúsa darle la vida y pone su confianza en sus propios bienes. Cuando todo va mal se acusa a Dios de silencio y se le reemplaza; cuando todo va bien se le olvida porque no hay necesidad de él.

El profeta es un hombre que entiende esa discreción divina, que deja al hombre libre. La lectura de los Hechos de los Apóstoles del día de hoy, nos indica que cuando Juan estaba para concluir el curso de su vida dijo: «Yo no soy quien pensáis, pero mirad, viene uno detrás de mí a quien no merezco desatarle las sandalias de los pies». Juan, habló de parte de Dios, pero supo hacerse a un lado para que la luz de Cristo brillase por sí misma. De esta manera, Juan disipó toda confusión de la gente que lo tenía como el profeta definitivo.

Mirar es saber menguar, empequeñecerse, no como un ser servil, sino como quien es responsable de la vida del otro. Hay que dejar paso a la luz que nos aleje de la oscuridad. Y nuestra luz es Cristo salvador.

Fray Alexis González de León O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)

22/6/24

DOMINGO 23 DE JUNIO : DECIMO SEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 





La Palabra que en este Duodécimo Domingo del Tiempo Ordinario vamos a proclamar y acoger nos confronta, una vez más, con el Misterio que se encierra en Dios y en su Hijo Jesucristo.

Los versículos del libro de Job en la primera lectura despliegan en toda su magnificencia la grandeza de Dios en la Creación, aludiendo con bellas palabras al poder del mar y a su control por parte de Yahvé. Hecho que en la escena evangélica del relato de San Marcos nos ofrece el mismo mensaje en la actuación poderosa del Señor Jesucristo, que provoca el asombro en los atemorizados discípulos. Un doble, e interesante apunte teológico para añadir a nuestra reflexión y meditación cuando por estas latitudes nos acerquemos a la inmensidad del mar en estas semanas estivales.

Y hagamos intensamente nuestra la doble invitación de San Pablo a los Corintios para ser capaces de vivir para el que murió y resucitó por nosotros, siendo muy conscientes de que quienes somos de Cristo somos una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.

Que la celebración de esta Eucaristía dominical renueve en todos nosotros la irrenunciable novedad de ser y vivir como cristianos, sin dejarnos achicar por el oleaje adverso de la vida que nos pueda acometer.

Fr. César Valero Bajo O.P.
Convento del Rosario (Madrid)

LECTURAS DEL DOMINGO 23-06-2024 DECIMOSEGUNDO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 

Primera Lectura

Lectura del Libro de Job 38, 1. 8-11

El Señor habló a Job desde la tormenta:

«¿Quién cerró el mar con una puerta, cuando escapaba impetuoso de su seno, cuando le puse nubes por mantillas y nubes tormentosas por pañales, cuando le establecí un límite poniendo puertas y cerrojos, y le dije: “Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas”?».

                        Es palabra del Señor



Salmo

Sal. 106, 23-24. 25-26. 28-29. 30-31 R/. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia.

Entraron en naves por el mar,
comerciando por las aguas inmensas.
Contemplaron las obras de Dios,
sus maravillas en el océano. R/.

Él habló y levantó un viento tormentoso,
que alzaba las olas a lo alto;
subían al cielo, bajaban al abismo,
el estómago revuelto por el mareo. R/.

Pero gritaron al Señor en su angustia,
y los arrancó de la tribulación.
Apaciguó la tormenta en suave brisa,
y enmudecieron las olas del mar. R/.

Se alegraron de aquella bonanza,
y él los condujo al ansiado puerto.
Den gracias al Señor por su misericordia,
por las maravillas que hace con los hombres. R/.



Segunda Lectura

Lectura de la segunda carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 5, 14-17

Hermanos:

Nos apremia el amor de Cristo, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron.

Y Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos.

De modo que nosotros desde ahora no conocemos a nadie según la carne; si alguna vez conocimos a Cristo según la carne, ahora ya no lo conocemos así.

Por tanto, si alguno está en Cristo es una criatura nueva. Lo viejo ha pasado, ha comenzado lo nuevo.

                          Es palabra del Señor

REFLEXION

  • Iª Lectura: Job (38,1-11): En las manos de Dios

La primera lectura de hoy nos habla de la tempestad, del poder del mal, de las fuerzas de la naturaleza que, a veces,  parecen desatarse y no hay nadie que las pueda contener. Sabemos que el libro de Job pone a prueba al creyente que se fía de Dios y no puede explicar por qué ocurren una serie de desgracias en el mundo. Job es ese tipo de persona que el autor del libro ha escogido  para que se asombre; porque, a pesar de que no podemos explicar muchas cosas de las que pasan en el mundo, sin embargo, nuestro Dios pone sus propios límites a la naturaleza de las cosas y a la misma naturaleza humana. Ello implica que debemos asombrados de dónde estamos y de cómo somos. Nuestra vida, en definitiva, está en las manos de Dios, aunque algunos quieran pedirle explicaciones de por qué ha debido ocurrir así. Pero ¿acaso alguien se ha dado la vida a sí mismo? Job no encontrará otra respuesta que aceptar el poder de Dios frente a todo lo que existe. Y ello no es para abrumarnos, sino para saber que, por encima de toda desgracia, nuestro Dios nos espera con las manos abiertas.

  • IIª Lectura: 2ª Corintios (5,14-15): La muerte por amor

 Este capítulo quinto de la carta (este texto sería la continuación del domingo 11) es uno de los más bellos y persuasivos  porque en él Pablo nos habla del amor de Cristo que ha sido derramado sobre nosotros. Efectivamente, los vv. 14-17 son una reflexión cristológica centrada en la “theologia crucis”. Pablo habla (v. 14) del amor de Cristo que llega hasta la muerte en la cruz por todos. Se usa la fórmula tradicional del “uno por todos”, que es una metáfora de calado sustitutorio, vicario, que tanto ha de influir en la teología de la redención. Quizás lo más sorprente es la afirmación de que, como uno murió, “to­dos murieron”, cuando lo que podíamos esperar es algo así como “por eso todos viven”. Es esto último lo que se ha de entender, sin duda, tal como se expone en el v. 15. El sentido es que la muerte de Jesús “por nosotros” nos hace morir al pecado, a la enemistad y a la sinrazón de la vida. Para ello debemos recurrir a la teología de la muerte y resurrección que encontramos en Rom 6,1ss. La cristología soteriológica que nos propone Pablo, apoyado en fórmulas de fe tradicionales, es una cristología de solidaridad con la humanidad.

 El Apóstol, pues, presenta la muerte de Cristo desde la eficacia del amor como comunión en su vida y en su resurrección. Con ello se quiere significar que lo negativo que pueda tener la muerte para nosotros ya ha sido asumido por Cristo, y que, desde entonces, no debemos tenerle miedo a la muerte, porque para nosotros queda la victoria de su resurrección. Hablar de la muerte siempre ha sido un reto humano y teológico. En esta carta, pues, Pablo se atiene a las consecuencias de lo que es inevitable. Cristo nos ha asegurado un triunfo por su amor. Por ello debemos ser hombres nuevos que, aunque pasemos por la muerte, nunca seremos destruidos o aniquilados.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)



EVANGELIO DOMINGO 23-06-2024 SAN MARCOS 4, 35-41 XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

 





Aquel día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:

«Vamos a la otra orilla».

Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se levantó una fuerte tempestad y las olas rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba en la popa, dormido sobre su cabezal.

Lo despertaron, diciéndole:
«Maestro, ¿no te importa que perezcamos?».

Se puso en pie, increpó al viento y dijo al mar:
«¡Silencio, enmudece!».

El viento cesó y vino una gran calma.

Él les dijo:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?».

Se llenaron de miedo y se decían unos a otros:
«¿Pero quién es este? ¡Hasta el viento y el mar le obedecen!».

                                   Es palabra del Señor

REFLEXION

 El evangelio de Marcos narra el episodio de la travesía del lago de Galilea  después que Jesús ha hablado a las gentes en parábolas acerca del Reino de Dios. Es como si Jesús quisiera poner a prueba la fe de sus discípulos, a ellos que les explicaba el sentido profundo de sus parábolas. El lago, el bello lago de Galilea, en torno al cual se anuncia el evangelio, se convierte aquí en el misterioso y tremendo símbolo de una tormenta, que como en el caso del profeta Jonás 1, de donde se toman algunos rasgos del episodio, viene a aquilatar cosas importantes. Otras barcas le seguían, pero parece como si solamente quisiera centrarse todo en la barca donde estaban Jesús y los discípulos que había elegido. El mar de Galilea, a veces, es como una caldera hirviendo, por el viento. En la barca se muestran dos actitudes: la de Jesús que duerme tranquilo y la de los discípulos que están aterrados.

 ¿Por qué esto? Porque Jesús sabe que su causa por el Reino de Dios debe levantar tormentas, como ésta del viento, que va a hacer temblar a los discípulos; Jesús está tranquilo porque confía en su causa, la causa de Dios. Es, pues, esta una escena pedagógica que pone de manifiesto una actitud y otra. Los discípulos son como Job, y no se explican muchas cosas que ocurren en la vida, llenándose de miedo. Jesús, que conoce la voluntad y el proyecto de Dios, se entrega a él con una gran serenidad  porque sabe que ha de vencer, como de hecho sucede con su "conminación" a la tormenta. Los Santos Padres siempre interpretaron esta escena de la barca como una imagen de la Iglesia que debía pasar por estos trances, pero que siempre encontraría a su Señor a su lado para otorgarle la serenidad de la fe.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)

21/6/24

EVANGELIO SABADO 22-06-2024 SAN MATEO 6, 24-34 XI SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 





«Nadie puede servir a dos señores. Porque despreciará a uno y amará al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero.

Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?

¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida?

¿Por qué os agobiáis por el vestido? Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos. Pues si a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se arroja al horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso.

Buscad sobre todo el reino de Dios y su justicia; y todo esto se os dará por añadidura. Por tanto, no os agobiéis por el mañana, porque el mañana traerá su propio agobio. A cada día le basta su desgracia».

                    Es palabra del Señor

REFLEXION

El punto central de este evangelio es el reino de Dios. Jesús nos anima a que nombremos a Dios como el Rey y Señor de nuestra vida. Lo que significa dejarle que él guíe nuestros pasos, guíe todas nuestra decisiones, y que tomemos la postura que él nos indica ante todo lo que nos salga en la vida, ante las demás personas, ante el dinero, ante la justicia, ante el amor, ante la paz… sabiendo que es el mejor camino para estar a gusto en la vida, para disfrutar de la siempre felicidad deseada.

Jesús sabe que necesitamos alimentos que comer, que necesitamos ropa para vestirnos… y nos recuerda que Dios alimenta a los pájaros y viste a los lirios del campo… cuanto más hará con nosotros. “No andéis agobiados pensado qué vais a comer, o qué vais a beber o con qué os vais a vestir… Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo eso”. Y nos pide con insistencia: “Sobre todo buscad el Reino de Dios y su justicia; lo demás se os dará por añadidura”.

Aparte de lo que nos dice Jesús de la comida, del vestido… el gran regalo que recibimos de Dios a través de Jesús, es su amistad. “A vosotros os llamo amigos”. El reinado de Dios se convierte en disfrutar de la amistad de Dios…

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)

20/6/24

VIERNES 21 DE JUNIO : SAN LUIS DE GONZAGA, PATRONO DE LA JUVENTUD CRISTIANA

 




Jesuita italiano, hijo mayor de una familia noble, abandonó sus títulos para entrar en la compañía de Jesús donde se dedicó a cuidar a enfermos de peste, muriendo a causa de esa enfermedad con 23 años. Es considerado el patrono de la juventud católica.

Infancia

Los Gonzaga formaban una constelación en torno a la casa de Mantua, que era el tronco común y cuyo jefe era considerado como cabeza suprema de la familia. […] En este reparto familiar, a Luis Alejandro, abuelo de Luis, le tocó Castiglione delle Stiviere, que pasó a su hijo don Ferrante. La madre de Luis era una noble del ducado de Saboya. Del castillo de los Gonzaga en Castiglione delle Stiviere hoy sólo quedan unas cuantas piedras. En 1565 era un complejo informe y altanero de torreones, murallas y baluartes. […] Aquí vino al mundo Luis. […] La trayectoria de Luis Gonzaga fue muy diversa, tan diversa como su mundo. Además de no faltarle nunca nada, se vio rodeado de atenciones —mimado, sería la palabra— desde el primer momento y por mucha gente. […]

Siguió, a partir de noviembre de 1577, una estancia de dos años y medio en Florencia por razón de estudios. También fue en este mismo período florentino cuando sintió la necesidad de confesarse más a menudo; para elegir confesor pidió consejo a su preceptor y éste le dirigió al padre De la Torre, jesuita y rector del colegio. Luis se le presentó con tanta reverencia, vergüenza y confusión como si fuera el mayor pecador del mundo ¿Qué pasaba en aquella alma? Una confesión general le trajo una profunda paz y marcó el comienzo de una vida más estrecha y exacta. Se propuso dominar la cólera característica de los Gonzaga. Advirtió que en las conversaciones se le escapaban alusiones críticas a la conducta ajena y, para no volver a acusarse de aquella falta en sus confesiones, se retiró del trato aun con los de casa.

Un Gonzaga distinto

Un día, en la penumbra de la gran iglesia, hace voto de perpetua virginidad. Luis sabe lo que hace. También es de este período la visita de San Carlos Borromeo, cardenal arzobispo de Milán, que tiene una larga charla con él, le aconseja hacer la primera comunión y él mismo se la administra el 22 de julio de 1580.

Precisamente cuando Luis ha resuelto volver las espaldas al gran mundo de su tiempo, se ve rodeado de la nobleza más alta de Europa; forma parte de la comitiva que acompaña a la emperatriz María, hija de Carlos V y esposa de Maximiliano II en su viaje a Madrid. Los Gonzaga la alcanzan en Vicenza, por septiembre de 1581. Es el famoso viaje durante el cual Luis no miró ni una vez a la cara de la emperatriz.

En la Corte de Felipe II

El cortejo llegó a Madrid el 7 de marzo de 1582. […] [Allí] Luis comienza a buscar la voluntad de Dios respecto de la vida religiosa que quiere abrazar. Se inclina por la Compañía de Jesús, pero quiere una confirmación espiritual y la busca con ahínco en la oración. La luz que buscaba sobre su futuro la encontró el día de la Asunción de la Virgen, 15 de agosto de 1583, en la iglesia del Colegio Imperial. Primero fue a misa y comulgó; luego se detuvo a orar ante la estatua de Nuestra Señora del Buen Consejo y «oyó una voz clara que le dijo que entrase en la Compañía de Jesús».

Aquel mismo día acudió a su confesor, padre Paternó, y le pidió que mediara con los superiores para ser admitido cuanto antes. El confesor se ancló en dos conclusiones igualmente claras: la certeza de la vocación y la necesidad del consentimiento paterno.

La confrontación familiar

Aquel mismo día Luis se lo reveló todo a su madre. Doña Marta habló con don Ferrante y éste se puso furioso; que su heredero, que prometía ser sabio gobernante del principado, lo dejase todo para hacerse jesuita, sin siquiera la posibilidad de una dignidad eclesiástica, ¡nunca!

[…] Luis recurrió a los hechos consumados. Se fue a un colegio de la Compañía y mandó que se lo dijeran a su padre. Ducho en tales lances, don Ferrante ganó fácilmente esta partida. Habló con un abogado de su confianza, éste habló con Luis y le hizo volver a casa.

[…] Don Ferrante sufría atrozmente de gota, y aquellos días su mal se recrudeció. Postrado en cama, pensaba en los problemas de su principado. Su afición al juego le había llevado al borde de la bancarrota y los apuros económicos se hacían ya sentir. Sólo Luis podría pilotar su hacienda sabiamente. ¡No podía irse! Le llamó y le preguntó hasta qué extremo quería llevar sus intenciones adelante; Luis le respondió con libertad y llaneza que pensaba lo que antes, servir a Dios en la religión que había dicho. Don Ferrante montó de nuevo en cólera y con palabras ásperas le mandó salir de la habitación.

El golpe final

Luis recurrió a la oración y la penitencia. Un día, movido de un impulso interno que lo empujaba, se dirigió al marqués, que se hallaba en cama con su dolencia crónica, y con profunda humildad, pero con tono claro, le dijo:
— Padre y señor mío, yo me pongo totalmente en manos de V. E. para que disponga de mí a su gusto; pero le aseguro que Dios me llama a la Compañía y que en resistir a esto resiste a la voluntad de Dios. [El padre no tuvo otro remedio que aceptar la voluntad de su hijo]

Su renuncia al principado tuvo lugar en Mantua y asistieron todos los miembros de la casa Gonzaga con derecho al feudo en el caso de faltar sucesión directa, El momento de firmar fue emocionante. Luis se sentía por fin libre para comenzar la vida a que Dios le llamaba.

En Roma: la Compañía de Jesús

El 19 ó 20 llegaron a Roma y Luis se hospedó de momento en casa del cardenal Escipión Gonzaga, patriarca de Jerusalén. Pero muy pronto fue al Gesú para presentarse al padre general, Claudio Acquaviva. Se le echó a los pies, y no le podían hacer levantar del suelo. Le presentó una carta de su padre, fechada el 3 de noviembre de 1585, que decía entre otras cosas: «Al entregarle a mi hijo Luis, pongo en sus manos lo que es para mí de más estima en este mundo y al que era el principal fundamento de mis esperanzas para el sostén y mantenimiento de mi casa.» Era su último sollozo.

De los dos años de noviciado pasó dos meses en el Gesú, ocupado en oficios humildes, y tres en Nápoles, estudiando metafísica; el 25 de noviembre de 1587 hizo los votos del bienio, que recibió el rector del Colegio Romano, padre Vincenzo Bruno.

Inserto en aquel gran colegio, hace todo lo posible para pasar desapercibido, pero sus 200 compañeros no le pierden de vista y observan todos sus actos.

La peste

A finales de 1590 y principios de 1591 brotaron y se multiplicaron los casos de peste. Los hospitales se llenaron rápidamente y se recurrió a soluciones mprovisadas. Un día el padre Acquaviva se encontró no lejos de la casa profesa a dos apestados que yacían en la calle. Mandó recogerlos y cuidarlos y él mismo los curó. El hecho se repitió y se montó un pequeño hospital adosado a la curia del general, Los padres de la casa generalicia asistían a aquellos infelices, cuyo número llegó pronto a 56. La emergencia movilizó asimismo a los jóvenes del Colegio Romano; acababa de llegar de China el padre Michele Ruggieri, compañero de Mateo Ricci, y contaba cosas maravillosas, pero los apestados monopolizaban su interés.

Luis Gonzaga se entregó con ardor a su servicio reservándose los casos más repugnantes y peligrosos; acudió a todos los hospitales y escribió a su madre y su hermano Rodolfo pidiendo ayuda. Por el mes de febrero el número de muertos llegaba a los 60.000, cifra enorme para una ciudad que en tiempos normales no pasaba de 130.000 habitantes.

A Luis le asignaron, como campo de su apostolado de caridad, el hospital de la Consolación. Un día asistía a un enfermo que sangraba podredumbre. Su compañero le vio palidecer, como si no pudiera continuar; pero se repuso y reanudó la cura de aquel infeliz.

El 3 de marzo dio con un apestado que yacía inconsciente en medio de la calle. Se lo hechó encima, lo llevó al hospital, y le hizo las primeras curas. Cuando regresó al Colegio Romano, se sintió mal y tuvo que acostarse. La temperatura subía alarmantemente; el enfermo presintió que aquélla era una enfermedad mortal y se entregó con gozo a la esperanza de vida eterna.

— Padre, ¿puede haber exceso en estas aspiraciones mías?, preguntó a su confesor Roberto Belarrnino.
— No, hijo mío, no hay exceso en el deseo de morir para unirse con Dios, con tal de que sea con la debida resignación.

Estar con Cristo

Al sépitmo día se confesó, recibió el viático y la unción de los enfermos, y se dispuso a morir. Entonces le bajó la fiebre y, pasado el primer ímpetu del mal, le sobrevino la calentura lenta de la tuberculosis que iba a consumir su vida aquella primavera. Como buen hijo, escribió una carta a su madre: «Desde hace un mes estoy para recibir de Dios nuestro Señor el más grande favor que es posible recibir. Pero él ha querido diferirlo y prepararme con una fiebre lenta que aún me queda, y así paso alegre los días con la esperanza de ser llamado dentro de pocos meses de la tierra de ]os muertos a la de los vivientes, de la visión de estas cosas terrenales y caducas a la contemplación de Dios, que es todo bien».

Trataba con más frecuencia que nunca con el padre Belarmino. Después de una de estas conversaciones tuvo una especie de rapto en el que supo que iba a morir a los ocho días.

Así fue. Aún pudo dictar una carta para su madre. En el pequeño aposento se agolpaban las visitas y todos salían con la impresión de que algo extraordinario sucedía en aquella vida que se apagaba. Forzado ya por la debilidad a un silencio casi absoluto, permaneció profundamente recogido, abrazado al crucifijo. De vez en cuando movía los labios, y sus pa-labras preferidas eran:

— Deseo ser desatado de este cuerpo y estar con Cristo. Este momento le llegó doblada la medianoche del 20 al 21 de junio de 1591.

Ignacio Echániz S.J.

Texto tomado de: Martínez Puche, José A. (director),