La solemnidad del Corpus Christi surge en el mundo medieval cristiano con la intención de subrayar la singular presencia de Jesucristo en las especies del pan y del vino en la eucaristía. Una presencia que Trento definirá después como “verdadera, real y sustancial”. Una presencia que es siempre sacramental, pues acontece en los signos.
El énfasis de esta solemnidad en la presencia somática de Cristo en la eucaristía podría desviar la comprensión de lo que esta, en verdad, significa.
En este sentido, es bueno no olvidar la relación íntima de esta solemnidad con la del Jueves Santo. El Corpus, por así decir, enfoca y destaca un aspecto principal de lo que el Jueves Santo enseña sobre el conjunto de la eucaristía. Y es que la eucaristía es una síntesis de la vida de Jesucristo: una entrega (servicio) radical al banquete salvador del reino. Por tanto, la presencia de Cristo en la misa no se reduce al pan y al vino, sino que acontece en el conjunto de la celebración en la que se actualiza, junto a esa presencia, todo lo que Cristo significa y, por eso, su donación salvadora a favor de los que ha convocado en la mesa de la salvación.
En consecuencia, Jesucristo no irrumpe en la misa como si estuviera ausente. La presencia de Cristo en la eucaristía está garantizada por la Palabra y por el Espíritu Santo desde su mismo inicio. Y es que donde dos o tres se reúnen en el nombre de Jesucristo allí está él (presencia en la Iglesia, que es cuerpo de Cristo). Luego, la presencia se va intensificando, pues Cristo está presente en la persona del ministro presidente y en la Palabra que se proclama. Finalmente, esta presencia se radicaliza, siempre gracias al Espíritu, en las especies depositadas en el altar, cuando la Iglesia hace memoria actualizadora de la historia de la salvación protagonizada por Cristo (recitación de la plegaria eucarística que incluye el relato de la institución). En esta dinámica, el Señor hace suyos el pan y el vino para “presencializarse” ante los suyos de un modo singular y único: como verdadero alimento de vida eterna.
Esta presencia, además, tiene una finalidad: lograr la comunión salvífica de Cristo con los fieles, miembros de la comunidad eclesial; y esto, a su vez, con la intención de que los fieles, al recibir al Señor bajo las especies de pan y vino, se transformen en quien reciben que, en realidad, es su verdad más profunda, tanto en el plano personal (el bautizado = otro Cristo), como en el eclesial (la Iglesia = Cuerpo de Cristo).
Por tanto, conviene explicar siempre la presencia eucarística de Cristo dentro del contexto y en la dinámica de toda la celebración de la misa. Igualmente, es preciso subrayar la intención o la finalidad de esta presencia que busca la comunión con nosotros en el interior de la obra de la salvación y su momento culminante (Cristo). Esta perspectiva, facilita la explicación de la centralidad de la eucaristía en la vida cristiana y eclesial: la Iglesia hace la eucaristía y la eucaristía hace la Iglesia.
Las lecturas de hoy pueden ayudar a reflexionar sobre esto, pero con algún matiz que ahora vamos a comentar