Sí, el Evangelio de hoy nos sitúa en el Gólgota, en la crucifixión. Se trata de un contexto de muerte, de injusticia, de absurdo... También es expresión de entrega total, porque en medio de ese absurdo resuenan las palabras de Jesús: “nadie me quita la vida, yo la entrego libremente”. Esta libertad incondicional es fruto de un amor en plenitud.
La lanza traspasa el costado, la herida queda abierta y se puede contemplar el corazón y en él la fuerza del amor de Dios. No es solamente una contemplación piadosa... en ella debemos contemplar el rostro de tantas mujeres y hombres que sufren lo absurdo, la injusticia, la explotación, la mentira, la invisibilidad... Contemplarles y preguntarme qué se me pide a mí... qué puedo hacer yo.
Celebrar la solemnidad del sagrado corazón de Jesús nos sitúa y resitúa en una tesitura frágil y robusta. Se trata de la tesitura del Amor de Dios que nos tiende la mano, nos cuida y confía en nosotros; se trata de la intensidad de un amor, pequeño y débil, que quiere entregarse en lo sencillo de cada día desde la vulnerabilidad que también nos habita.