En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No creáis que he venido a abolir la Ley y los Profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos».
Jesús nos advierte de una mala interpretación del mandamiento del amor, como si de una rebaja de la ley se tratara. El amor verdadero y auténtico no ignora las leyes, las costumbres, las normas, lo establecido, sino que lo trasciende. El amor al que estamos llamados no es una disculpa para ignorar la letra: No he venido a abolir, dice. Sino que es aquel que logra captar y vivir el espíritu que da sentido al mandamiento: he venido a dar plenitud.
A san Agustín le debemos aquello de: “Ama y haz lo que quieras”. Y no podemos acusarle de usarlo como excusa para hacer lo que le diera la gana y vivir sin someterse a ley alguna. No es un eslogan fácil y simplón. Porque, de hecho, el amor de Cristo es el mismo que en la Cruz exclama: Todo está cumplido. Y es que el que ama de verdad vive una exigencia mayor que cualquier moralismo, como dice nuestro hermano dominico Adrien Candiard: «He aquí por qué, en la fe cristiana, no hay vida moral sin vida espiritual. Porque es la amistad con Cristo, es la presencia de Dios en nosotros lo que puede a la vez iluminarnos sobre lo que es bueno, darnos ganas de cumplirlo y liberarnos pacientemente de todo lo que nos inmoviliza. (…) Así pues, la cuestión ya no es saber si hemos cumplido esto o lo otro sino entregarnos totalmente en esta amistad que Dios nos ofrece. (…) Esta moral que se fundamenta en la vida espiritual, esta moral que se enraíza en la amistad con Cristo, no es menos exigente que la que no pide más que nuestra obediencia a las reglas. Es más exigente aún, porque no espera de nosotros solamente tal gesto, el sacrificio de un placer o de una media hora: pide nuestro ser entero». (La libertad cristiana, ed. Encuentro 2022)