En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«¿Habéis oído que se dijo: “‘Amarás a tu prójimo’ y aborrecerás a tu enemigo”. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Porque, si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los publicanos? Y, si saludáis solo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto».
Es palabra del Señor
REFLEXION
Dice Jesús, amar a los enemigos significa desearles el bien y hacerles el bien. No quiere decir que tengamos por ellos los mismos sentimientos que por las personas que nos quieren, sencillamente porque no somos dueños de nuestros sentimientos. Aún así, desear y buscar el bien de quienes nos persiguen y calumnian nos puede parecer no sólo difícil sino hasta peligroso. ¿No es correr el riesgo de quedarnos con las manos vacías de amor?
Nos parece más seguro esperar a que alguien nos pruebe primero su amor para decidirnos a amar nosotros también. No nos consideramos capaces de funcionar como una fuente de amor en un desierto sin amor.
Pero, si todos nos quedamos quietos esperando a que los demás nos quieran, nunca habrá amor entre nosotros. Aunque Dios no nos pide que seamos la fuente del amor. Esa fuente ya existe y nosotros disfrutamos de ella. Jesús nos invita a contemplar y sentir en medio de nuestras vidas al Padre del cielo que hace salir su sol sobre malos y buenos. El amor lo tenemos asegurado. Nos falta creer en él y apostar nuestra vida por él.