Hemos escuchado cómo relata el libro del Génesis las primeras consecuencias del Pecado Original, cuando Adán y Eva comieron del fruto del árbol prohibido. Primero Adán se ve desnudo y siente vergüenza de sí mismo. Después, cuando Dios le pregunta, él le echa la culpa a Eva y ésta se la echa a la serpiente.
Proclamando el salmo 129, nosotros, junto al salmista, nos ponemos en manos de Dios con un corazón arrepentido, confiando en que perdonará nuestros pecados.
San Pablo, en su segunda carta a los Corintios, nos habla de la conversión interior. Mientras vamos viendo cómo nuestra dimensión física va envejeciendo y «desmoronándose», nuestra dimensión espiritual va madurando conforme a la fe que profesamos, con la ayuda de la indispensable gracia divina.
San Marcos nos narra tres episodios que ocurrieron cuando Jesús predicaba y curaba en la casa de Simón Pedro y su hermano Andrés, en Cafarnaúm. Primero vinieron unos familiares a llevárselo, pues creían que estaba loco; después llegaron unos escribas acusándole de actuar con el poder de Belcebú (el jefe de los demonios) y, por último, le visitaron su madre y algunos familiares muy cercanos.
Fray Julián de Cos Pérez de Camino
Real Convento de Predicadores (Valencia)