En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis».
Árboles sanos y árboles dañados, ovejas y lobos rapaces. Jesús vuelve a utilizar estas imágenes contrapuestas para hacernos caer en la cuenta de cuál es su verdadera enseñanza: no dejarnos cautivar por las apariencias; no juzgar a las personas ni tomar como criterio de valoración de su conducta los frutos que acompañan su vida. Al igual que en el capítulo 15 del Evangelio de Juan, cuando se nos habla de la vid y los sarmientos, Jesús nos enseña hoy que no podemos dar fruto si no estamos unidos a Él, si no recibimos de Él la savia que nos permite limpiarnos de la hipocresía, del disfraz, de las máscaras. Al que da fruto hay que limpiarlo, para que su fruto sea más bueno; por eso es necesario que cada uno de nosotros aceptemos de corazón esta poda que el Señor realiza mediante su Palabra, mediante los sacramentos, la oración y la acción caritativa en la Iglesia y en la sociedad. Sólo así podremos dar frutos de vida eterna y nuestra vida será auténtica. ¿Renuevas frecuentemente la alianza con el Señor sellada en tu bautismo? ¿Huyes de la hipocresía, de vivir de las apariencias? ¿Cómo trabajas tu vida interior para dar frutos de santidad? |