En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente. Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte. Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».
Es palabra del Señor
REFLEXION
En el evangelio Jesús nos ayuda a no olvidar una característica importante de nuestra identidad: ser sal y ser luz. Ni la sal, ni la luz son para ellas mismas, sino que son para los demás; son para dar sabor e iluminar. La vida de Jesús ha sido expresión de esta imagen como nos recuerda el biblista uruguayo Daniel Kerber: «Jesús, el hombre pleno, vivió su identidad en un ser para los demás y para el Padre. Y ese ser para los demás y para el Padre, lo llevó a trabajar en su taller de Nazaret, durante treinta años, a predicar el Reino, a sanar los enfermos, consolar los tristes y finalmente a entregar su vida como signo de amor extremo. Jesús es pleno porque su vida es ser para.» Es bueno recordar que la función de la sal tiene que ver con realzar el sabor que tienen las cosas de por sí. Ser sal es ayuda a que la originalidad de cada persona pueda encontrar el ámbito y las condiciones adecuadas para poder desarrollarse y brindar su originalidad. En tiempos de sinodalidad el Señor nos invita aportar nuestro propio sabor desde lo profundo de nuestro ser. Iluminar nos compromete en generar desde nuestra vivencia comunitaria de la fe ambientes de vida y esperanza, frente a tantas situaciones de oscuridad, poniendo en Dios nuestra confianza. |