La Palabra que en este Duodécimo Domingo del Tiempo Ordinario vamos a proclamar y acoger nos confronta, una vez más, con el Misterio que se encierra en Dios y en su Hijo Jesucristo.
Los versículos del libro de Job en la primera lectura despliegan en toda su magnificencia la grandeza de Dios en la Creación, aludiendo con bellas palabras al poder del mar y a su control por parte de Yahvé. Hecho que en la escena evangélica del relato de San Marcos nos ofrece el mismo mensaje en la actuación poderosa del Señor Jesucristo, que provoca el asombro en los atemorizados discípulos. Un doble, e interesante apunte teológico para añadir a nuestra reflexión y meditación cuando por estas latitudes nos acerquemos a la inmensidad del mar en estas semanas estivales.
Y hagamos intensamente nuestra la doble invitación de San Pablo a los Corintios para ser capaces de vivir para el que murió y resucitó por nosotros, siendo muy conscientes de que quienes somos de Cristo somos una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado.
Que la celebración de esta Eucaristía dominical renueve en todos nosotros la irrenunciable novedad de ser y vivir como cristianos, sin dejarnos achicar por el oleaje adverso de la vida que nos pueda acometer.