En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Es imposible que no haya escándalos; pero ¡ay de quien los provoca!
Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojasen al mar. Tened cuidado.
Si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; si te ofende siete veces en un día, y siete veces vuelve a decirte: “Me arrepiento”, lo perdonarás».
Los apóstoles le dijeron al Señor:
«Auméntanos la fe».
El Señor dijo:
«Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería».
Es palabra del Señor
REFLEXION
El poeta alemán Henrich Heine decía: “Todo delito que no se convierte en escándalo, no existe para la sociedad.” Lo comprobamos a cada instante en nuestra sociedad. Si no se produce escándalo, la sociedad, cada uno de nosotros, tiende a no considerarlo delito. Craso error. Terminamos diciendo: “Bueno, total, qué más da…”. Y, así, se va creando una cultura de permisividad, del relativismo moral, del “todo está permitido”, del “todo vale”, del “mientras a mí no me toque…”, sobre todo el bolsillo. Y miramos hacia otra parte. Eso destruye, más a la corta que a la larga, sociedades, comunidades, familias, personas, porque la integridad y honradez brillan por su ausencia.
Jesús, llevado también del sentido común y práctico, advierte a sus discípulos que el escándalo es inevitable. Lo sabemos bien. Tantos siglos de vida eclesial nos dan a conocer los escándalos producidos, pero ellos no han de ser motivo para abandonar la vida de la Iglesia, la casa común. “Tened cuidado”, advierte Jesús. Por eso, el perdón es fundamental, aunque cueste. Y todos sabemos bien cuánto cuesta perdonar y actuar como si nada hubiera pasado.
La tan traída y llevada frase: “Perdono, pero no olvido”, en cristiano, no tiene cabida alguna; pero también sabemos bien lo difícil que es olvidar las ofensas, las actitudes negativas. Uno es capaz de comprenderlo y aceptarlo cuando le han perdonado deudas, ofensas, dislates, malos entendidos. Y ha de tener suma delicadeza en no “avivar la memoria de la ofensa” para que el olvido, en la medida de lo posible, crezca en nuestro interior.
Tenemos como ayuda la vida compartida, la vida de una comunidad de creyentes, la acción salvífica y restauradora, perdonadora, de la Eucaristía, de las acciones sacramentales, portadoras de la gracia y signo de reconciliación. Por eso, cada Acción de Gracias comienza con el reconocimiento sincero de nuestra vida deficiente. Y decimos: “Yo confieso…” y “Señor, ten piedad” y en la consagración Jesús nos dice: “Esta es mi sangre, derramada por vuestros pecados…” Si así lo creemos, y nos adherimos con sinceridad de corazón, estamos no solo perdonados, sino salvados.
Hoy la iglesia celebra a S. Martín de Tours, soldado romano, quien, una vez convertido a la fe de Jesucristo, fue monje y obispo. Es todo un símbolo del “compartir”. Es lo que él practicó a las puertas de Amiens compartiendo su manto con un pobre, durante la noche; ese fue solo un detalle de los muchos que vendrían después. Hizo reales las palabras de Jesús: “Estuve desnudo y me vestisteis…”. Hijo de un tribuno romano, renunció a la carrera militar para seguir a las órdenes de Jesucristo. A él se debe en gran parte la evangelización de Francia.
Teniendo en cuenta estas lecturas planteémonos cómo vivimos el perdón.
Nuestra presencia en la comunidad cristiana ¿es de responsabilidad o vivimos pasivamente?
Fray Salustiano Mateos Gómara O.P.
Convento de San Pablo y San Gregorio (Valladolid)