Como es habitual la primera lectura del domingo, que es del Antiguo Testamento, tiene que ver también, es un buen contraste, con la lectura del evangelio. Este domingo el Deuteronomio nos cuenta que Moisés se dirige al pueblo para trasmitirle lo que el Señor manda; al pueblo de Israel que emigra a la tierra que mana leche y miel… la tierra prometida.
“Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón, con toda el alma, con todas tus fuerzas” (Dt 6,5) No es solamente un mandato, una orden para merecer la tierra prometida, es el camino, es hacer posible que esa tierra sea la realidad de Dios.
La tierra, nuestro lugar, su bondad o su maldad depende de cómo se habita, depende de nosotros. La felicidad del ser humano, depende del ser humano. Podríamos decir más, la tierra prometida no es un lugar, es un estado personal y colectivo de la humanidad al que estamos llamados.
Este mandamiento que Moisés recuerda al pueblo es ley divina que cumpliéndola hará posible que la vida sea crecimiento; es una manera de habitar, de estar, que hace al ser humanos más coherente, más veraz, más humano, más divino.
Como he dicho más arriba, si leemos el evangelio de este domingo (Mc 12,28-34) aparece un contraste y algo más de lo dicho por Moisés. Se amplía, se extiende, ese mandamiento a cumplir con los demás, no sólo con Dios.
Jesús responde a la pregunta de un letrado. “-¿Qué mandamiento es el primero de todos? Respondió Jesús: -El primero es: Escucha, Israel: El Señor nuestro dios es el único Señor; amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas (Dt 6, 4-5). El segundo, éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19,18)” (Mc 12, 29-31).