15/11/24

EVANGELIO SABADO 16-11-2024 SAN LUCAS 18, 1-8 XXXII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

 




En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos una parábola para enseñarles que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
«Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres.
En aquella ciudad había una viuda que solía ir a decirle:
“Hazme justicia frente a mi adversario”.
Por algún tiempo se estuvo negando, pero después se dijo a sí mismo:
“Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esta viuda me está molestando, le voy a hacer justicia, no sea que siga viniendo a cada momento a importunarme”».
Y el Señor añadió:
«Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante él día y noche?; ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?».

                                                Es palabra del Señor

REFLEXION

En el pasaje evangélico de hoy, Jesús insiste en “Orar siempre sin desfallecer”. Sabemos que la oración es una comunicación amorosa con quien nos ama. Escuchar a Dios y hablar a Dios, buscando siempre conocer y cumplir la voluntad de Dios. Y lo tenemos que hacer en nuestra doble dimensión de personas comunitarias y personas individuales. Con tonos distintos. En la oración comunitaria debemos exponerle nuestras necesidades comunitarias y en la oración personal exponerle aquello que necesitamos personalmente para ser buenos seguidores de Jesús.

En nuestra sociedad algunos presumen de tener amigos de gran talla, muy importantes. Nosotros los cristianos podemos presumir que entre nuestros amigos tenemos, ni más ni menos, que a Cristo Jesús, el Hijo de Dios, que es capaz de adentrarse en nuestro corazón: “el que me ama guardará mis mandamientos y mi Padre y  yo vendremos a él y haremos morada en él”. 

Pero lo nuestro, como hemos dicho, da un paso más… le escuchamos, le hablamos y le hacemos caso en todo lo que nos dice para encontrar la alegría de vivir, siempre limitada en  nuestra estancia terrena, y plena después de nuestra muerte y resurrección.

Fray Manuel Santos Sánchez O.P.
Convento de Santo Domingo (Oviedo)