En el pasaje evangélico de hoy, Jesús insiste en “Orar siempre sin desfallecer”. Sabemos que la oración es una comunicación amorosa con quien nos ama. Escuchar a Dios y hablar a Dios, buscando siempre conocer y cumplir la voluntad de Dios. Y lo tenemos que hacer en nuestra doble dimensión de personas comunitarias y personas individuales. Con tonos distintos. En la oración comunitaria debemos exponerle nuestras necesidades comunitarias y en la oración personal exponerle aquello que necesitamos personalmente para ser buenos seguidores de Jesús.
En nuestra sociedad algunos presumen de tener amigos de gran talla, muy importantes. Nosotros los cristianos podemos presumir que entre nuestros amigos tenemos, ni más ni menos, que a Cristo Jesús, el Hijo de Dios, que es capaz de adentrarse en nuestro corazón: “el que me ama guardará mis mandamientos y mi Padre y yo vendremos a él y haremos morada en él”.
Pero lo nuestro, como hemos dicho, da un paso más… le escuchamos, le hablamos y le hacemos caso en todo lo que nos dice para encontrar la alegría de vivir, siempre limitada en nuestra estancia terrena, y plena después de nuestra muerte y resurrección.